viernes, 13 de junio de 2014

Negocios

Tiene el mundo postrado en la palma de sus manos. Si quisiese, podría levantarse de su escritorio en el despacho más elegante de la planta catorce, despedirse de la ciudad al otro lado del ventanal, y pasar el resto de sus días en una isla paradisíaca, con todo lo que un hombre, en su sano juicio, necesitaría para ser feliz.

Pero no. No quiere. Frisa los sesenta y se jacta orgulloso de trabajar doce horas al día, de dormir poco y mal, de manejar, con artes de prestidigitador, un puñado de hilos con los que se mueve una buena parte del mundo conocido.

Su esposa atesora una distinguida vida social. Es socia de más clubes de los que puede recordar, participa de todo tipo de eventos benéficos y de vez en cuando enseña su casa en revistas o suplementos dominicales.

Duermen en camas separadas, a horas distintas. Hablan poco y se dicen nada.

Él anda loco con una chica que hace dos semanas celebró los treinta. Su conquista secreta luce un cuerpo exquisito, de esos que le recuerdan a uno cuanto daño hace la vejez en las mentes desacostumbradas al cambio, al todo fluye y nada permanece. Vacacionan juntos. Le ha comprado un moderno utilitario y un apartamento en el centro de la ciudad. Cumple todos sus caprichos, cuanto más inverosímiles mejor. Ella no le defrauda y muchas tardes, de cuatro a seis, le susurra lo mucho que le quiere.

Su primogénito, el heredero del imperio empresarial, está de vuelta de todo. Por más que disimule, ya solo le interesan las cosas que se pueden contar. Aguarda su momento pacientemente. Es de otra generación que su padre; trabaja menos horas que él y espera trabajar muchas menos en breve. Le tira la política.

Después está el pequeño. Alocado. Fuera de control. Nunca se sabe por donde va a salir. El gran hombre de negocios, su padre, opina que lo mejor sería pagarle unas vacaciones para toda la vida. Mientras tanto, seguirá engordando la cuenta corriente de unos cuantos locales nocturnos y descarrilando deportivos.

Al gran magnate no le quedan amigos. Solo recuerda cuentas pendientes. Tipos que se la tienen jurada y tarde o temprano querrán cobrar la deuda.

La ciudad, al otro lado del ventanal, se dilata bajo su atenta mirada. Un día de estos saldrá de allí volando.

Puede comprarlo todo, absolutamente todo. Lo que se le ocurra. Lo que desee…


Pero, ¿qué?


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