Él,
asolado sobre el escenario, envuelto por el enjambre
luminoso desprendido de los focos que le impide distinguir quién le mira,
guarda postura y compostura, espera un segundo tras otro, más otro, otro más, a
que el silencio del público, por fin, se agote…es decir, se licúe y gotee…
…un segundo tras otro más…
Él,
cuadrado, firme, con las manos enlazadas frente al bajo
vientre, vestido impoluto, paciente, resistiendo a la intemperie del éter sobre
su cabeza, electrificado por tanta respiración conjunta y espectadora que tose,
carraspea, titila, inhala, exhala y definitivamente, parece, no se agota…
…un segundo tras
otro más…
gentes que, sin querer, ejecutan millones de reacciones bioquímicas
por segundo. Más que granos de arena en cualquier playa del mundo, por segundo.
y Él,
que no se mueve, paciente, que lleva en esa impostura una
desmesurada fracción de tiempo, concentrado en exclusiva en la reducida parcela
de su labio superior, la que acaricia el aire que entra y sale por la nariz,
hasta que, por fin, cuadrado, firme, con las manos enlazadas frente al vientre,
vestido, impoluto…
…un segundo tras otro más…
…cierra los ojos y descubre en su interior un hombre
asolado sobre un escenario, envuelto por la luz de los focos, cuadrado, firme,
que con pequeñas variaciones del original cierra los ojos y descubre…
…por fin, en su interior, un hombre asolado, cuadrado
sobre un escenario firme, inundado por los focos, que cierra a su vez los ojos
y dentro, cuadrado, firme, asolado, descubre en su interior, mientras de muy
lejos va llegando el rumor de un público que habla, al parecer, de un hombre,
cuadrado, interior, asolado por los focos…
Inundado. Por fin. Silencio. Solo.
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