Contamina todas las estancias de la ciudad
un aire cálido, que densifica la respiración. Migran cientos de esporas
vegetales que conquistan los confines y recovecos más a desmano. Se siente, en
el ánimo, la tardía transposición del sol en el horizonte. Cabalga, maltrecha,
la sangre en sus conductos…
Un individuo desvencijado come un plato de
pollo con patatas sentado en la acera. A su espalda, en la cristalera de un
banco, puede leerse en letra de imprenta: “Entra
y dinos lo que necesitas”.
La pasada Nochebuena, una compañía energética
cortó por impago el suministro a una familia. Y aunque el Ayuntamiento de turno
se hizo cargo del debe, la luz no se hizo hasta que se inauguró el nuevo año.
En las marquesinas de las paradas de autobuses, la compañía presenta a sus
trabajadores por su apellido, como si fuesen de nuestra familia.
Vivimos en un presente podrido de hipocresía,
donde cada acto obedece a una milimétrica concatenación de actos orquestados. Somos, cada
vez, más y más replicantes. ¿No sienten como si sus extremidades fuesen a veces
movidas por hilos invisibles?
Se predica en color blanco y se actúa
conforme a las maneras del negro. Dichos
y hechos no concuerdan en número y género. Nos hemos instalado cómodamente en
la cara oculta de la luna.
Urge resucitar, ponernos en pie, lavarnos la
cara con agua fresca, borrando máscaras y pesadillas, y echar a caminar…
Conviene resucitar, cuanto antes, ahora, ya…
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