Derrumbado en el sillón, otra vez a las tantas de la
madrugada, retrato de naufrago a la deriva en su particular cachivache flotante,
hago desfilar los canales por el televisor. Aparentemente, ninguno sufre en
exceso por mi falta de aprecio.
Aun permanece ese rastro de calor en el
ambiente, traza de la estación que se marchó, así que la ventana del balcón permanece
abierta, y desde mis coordenadas en el universo atiendo de cuando en vez a las
estrellas, por si alguna tiene a bien descolgarse sobre mi calle.
Luce una luna intolerable, que altera y
perjudica mi ánimo.
Por fin, en el canal de noticias, encuentro
razones para frenar el baile. Hay quien cruza Europa estos días, desde Turquía,
atravesando el este hasta conseguir llegar a Alemania, Francia u otros mundos imaginados
que nunca están en éste que pisamos. Vienen andando, avanzan de país en país
como si fuesen las estancias de una antigua mansión en ruinas. Las puertas a
veces tardan en abrirse, chirrían y se niegan a ceder…
Viendo la cerrazón de algunos dirigentes,
que parecen desconocer que a la vida la mueve únicamente la esperanza, me acuerdo de la
película La Puerta del Cielo. Convendría que alguno de nuestros próceres
dedicase alguna madrugada insomne a su visualización.
El devenir de la historia humana está plagada
de conflicto: los de aquí contra los de allá, buenos frente a malos, el blanco pisando al
negro, los del sur pugnando para resistir el acoso del norte. Para el
conflicto no existen puertas, avanza sobre tierra quemada.
Es hora de apagar la tele y asomarme un
momento a la terraza. ¿Qué hora será ya? El viento tibio me hace anhelar a Kris
Kristofferson. Ojalá en la calle me esperase un caballo azabache con el que salir
cabalgando, directo al amanecer…
A lo mejor es hora de irme a la cama.
Para
todos la luz, para todos todo.
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