En las postrimerías del año 13, en una
agotada tarde de viernes, recorrí desorientado ramales de autopista, vías de
servicio, puentes colgantes sobre el río Guadalquivir…hasta llegar finalmente,
a un barrio de las afueras de Sevilla, cerca del aeropuerto, lejos de cualquier
otro lugar.
La cita era en el centro cívico. Un grupo
mayoritario de mujeres, ha empujado con esfuerzo la vida cultural del barrio,
que incluye, entre otras cosas, un club de lectura. Esa tarde invitaban a un
escritor local, J. M., para charlar sobre su experiencia habitando en la Periferia.
El protagonista se mudó hace tiempo, pero queda la familia y calles con
recuerdos en las esquinas.
J. M. narra con barniz de nostalgia atragantada
y soslayado desapego, la vida en un arrabal de una ciudad que casi llega a la
cifra mágica del millón de habitantes. Habla de los largos viajes en autobús,
hasta otro barrio contiguo para asistir a las aulas, de la sensación de
extrañeza que eso le causaba porque los amigos del instituto no eran los mismos
que los del barrio, de lo que significa crecer en un extrarradio de ladrillo
que no pilla de paso a ninguna parte…
Hace algún tiempo, J. M. escribió un
magnífico libro de relatos, El camino de la
oruga. Sentado en la última fila de su conferencia, atisbé el
terrible desencanto que afecta a la gente que está sola en el mundo y lo sabe.
J.M. dice que para él, ser escritor, es vivir en la periferia. Como sentarse en
un banco a ver pasar la vida, maravillarse con cada gesto y no poder dejar de
contarlo todo sin intervenir.
Él no lo confiesa, pero no me queda duda de
que detrás de su vocación notarial, habita el mismo desasosiego del alfarero
que moldea el barro enfundado en guantes de látex.
Me acuerdo de todo esto ahora, en la
periferia de un nuevo año, repleto de hojas en blanco sobre las que ir
escribiendo la gran aventura de cada día. Ahora, que aun somos libres de contar
nuestra propia historia en primera persona del singular.
Por eso, en el nuevo año, solo le pido a la
vida saber estar vivo. Llegar a una nueva cuenta atrás de doce, con las huellas
de las manos manchadas de barro.
Ah, Mije es uno de mis favoritos.
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