- Hay gente mala por naturaleza.- dijo mi
amiga en la sobremesa, mientras repasábamos el muestrario de horrores del Diario.
Me resistía a la idea. Al contrario que
ella, a mí, desde siempre me pareció que nacemos con el alma impoluta y de a
poco ésta se va enturbiando, a veces más, a veces menos, según nuestros pasos y
según las vicisitudes aguardando a la vuelta del camino.
- No te engañes.- me dijo ella- hay gente
que disfruta haciendo daño, que distingue entre el bien y el mal, cuyos actos
no sirven para describir ninguna patología y que simplemente llevan la
perversión grabada a fuego en sus entrañas.
Nos despedimos pocos minutos después y ya
en la calle, tras el rutinario ya nos
veremos, tenemos que repetirlo, me marché cabizbajo en dirección contraria
a la suya.
Pienso si el tipo que se sienta a mi lado
en el autobús sería capaz de clavarme muy despacito un filo en el vientre. Me
pregunto si el hombre de mediana edad que lee de forma distraída una revista
deportiva en el parque se atrevería, en un descuido, a llevarse un infante de
los que juegan ajenos y perpetrar sobré él o ella, la más abyecta atrocidad. Me
gustaría saber si la viejecita que regresa a casa enfundada en su abrigo de
otoño recién estrenado, vierte pequeñas cantidades de veneno en la leche que su
marido bebe todas las noches antes de irse a dormir…
Hay miles de historias palpitando ahí
fuera. Millones de extraños con los que sería mejor no compartir un ascensor o
los buenos días. Gente corriente lidiando en la cabeza con odiseas imposibles
de imaginar.
Quién sabe. Casi llegando a casa, un
extraño me ha preguntado por una dirección. He comenzado a explicarle pero
pronto comprendí que difícilmente llegaría a su destino, demasiadas opciones
disponibles. Miro su rostro cansado, la gran mochila que carga al hombro y las
rastas desaliñadas. Te acompaño, le digo. Desando unos pasos, me meto por el
callejón sin alumbrado, casi a tientas, y por fin llego hasta el puente. Desde
allí no tiene pérdida. Me despido, le deseo buena suerte.
Confieso que apuré el paso en la oscuridad.
Que por un momento dudé de la conveniencia de mi decisión.
El miedo es libre. Todos guardamos al menos
un secreto dentro y unos pocos, el mismísimo infierno pugnando por salir.