Ya sabes, un pasito delante del otro. Sin
pensarlo mucho, acto involuntario de fe, igual que late el corazón, parpadeamos,
insuflamos aire…
Contra el viento y tras el viento. Por bulevares,
caminos, trozos de campo, senderos encharcados, descampados castigados por el
sol, por aceras populosas o avenidas despejadas, en parques, montes, carreteras,
playas y valles…batiendo la tierra con la planta de los pies.
Sin mirar atrás, sin pensar en nada ni
revolver en la cabeza los asuntos pendientes o mal resueltos. Tenso y firme,
con la cabeza agachada para evitar el envite del ambiente o con el rostro de
frente para lavar y borrar las penas.
Paladeando el suelo como verso suelto que se
desliza en busca de un fragmento en el que, por fin, encajar.
Sin sentido y porque sí, o ¿por qué no? Hacia
ninguna parte o de vuelta de todos los lugares, consciente de que no hay a dónde
ir. Liberado de maldades, como estrategia de supervivencia y remedio para
enfermedades incurables. Con los dientes apretados. Con la sonrisa alelada. Con
la mirada perdida. En un sprint infinito, desde A hasta B, pasando por C. Por
el camino más largo, en diagonal, sin pisar las líneas de las baldosas.
Después de un punto y aparte. O en
respuesta a un punto y seguido.
De la mañana a la noche. Al amanecer.
Cuando todos duermen o mientras algunos trabajan. A deshoras y de puntillas.
Callado, concentrado, atento a no tropezar, aunque predispuesto al encontronazo.
Por mí y por todos mis compañeros. En larga
fuga. A través de la gran noche de nuestras vidas. Hasta el infinito y más allá.
De Norte a Sur, de Este a Oeste y vuelta a empezar pero sin rumbo. A flor de piel. A tus brazos
soñados tanto tiempo…