domingo, 20 de abril de 2014

Resurrección



Me he venido a enterar, no hace mucho, de que en la revista Meteoritics and Planetary Science (Dic., 2010) publicaban el hallazgo de aminoácidos en un meteorito caído en el norte de un país africano, de cuyo nombre no puedo acordarme.

Huyo de entrar en la controversia científica, y sus múltiples aristas, y reparo en ese trozo de roca entreverado de letras (aminoácidos) que la vida utiliza para construir palabras (proteínas).

Lo imagino divagar con su cola blanca, por tiempo indefinido por el espacio sideral. A solas con su combinación de letras, sujeto a todo tipo de vicisitudes e inclemencias, hasta arribar a un ignoto erial con su poema desordenado a cuestas. Ahora gentes de bata blanca, adictos a la formulación de hipótesis, proponen que ahí fuera puede formarse vida y que incluso esta de aquí podría haberse escrito con esa materia primordial en tránsito, en busca de un espacio en blanco sobre el que digresionar ad infintum


Como si una botella cargada de palabras inconexas arribase a la playa por la que paseamos y compulsivamente nos pusiésemos a combinarlas labrando historias sin parar, mientras de fondo suena un chelo



Levanto la cabeza de la hoja del periódico. Fuera las nubes juegan a tapar el sol que se resiste a ser velado sin presentar batalla. Es domingo de resurrección y tengo la impresión de que la vida se dirige a cámara lenta. Fluyen padres y madres con niños, algún barrendero limpia los restos de la semana santa, pululan gentes sin orden aparente…

Se me ocurre que somos como hormigas siguiendo huellas de otros. Es posible que nuestros ojos tengan tan claro el escenario que ya no necesiten ver, les basta con suponer o recordar. Se me ocurre que vivimos sin reparar en la inalterable sucesión de luz - oscuridad que nos viaja desde el nacimiento hasta la muerte.

Me pregunto si Él, al que trasegaron estos días por las calles al son de tambores y repiques de campana, fue alguna vez un solitario navegante sideral, verso suelto con el que comenzar un Erase una vez en un lejano confín de cuyo nombre no me puedo acordar…

Se escapa la mañana y no me decido a levantarme del asiento. Todavía no. Mis compañeros de escenario se suceden como fotogramas de una película.

A lo mejor es tiempo ya, de también nosotros resucitar.

¿Se les ocurre un día mejor?

viernes, 11 de abril de 2014

Creer

No existe solución única. Todas valen y ninguna sirve.

Si tuviese que enumerar cada vía religiosa y sus distintas corrientes, estaría escribiendo toda la vida.

Pasaremos ya de los 7 mil millones y no hay nadie sobre la áspera superficie de la tierra que sepa lo que hace aquí.

15 mil artículos científicos publicados por día y ninguno explica, aunque sea de forma vaga, que hacemos tú y yo aquí, a cada rato que pasa.

He visto gente embarcada durante años en batallas inútiles para nada. Empeñados en vivir cada día encaramados a su creencia, como si pilotasen un caballo desbocado en una noche desesperante.

Cuenta la historia que entre 55 y 60 millones de personas perdieron la vida durante la segunda guerra mundial. Ay, la triste locura del hombre, ciego y sordo, perdido en este valle de lágrimas sin más compañía que su empecinada creencia.

Conozco cientos de predicadores, entusiasmados ante el ardor de su público, que no dudan, ni por un segundo, del peso de sus palabras.

Hay tantas verdades gritándose ahí fuera, que por fuerza todas tienen que ser falsas.

Creemos todos los días, sin interrupción. Nos embarcamos en nuestra cruzada personal, a sangre y fuego.

Si no hay dos personas iguales en este planeta dejado de la mano de Dios, ¿cómo va a haber dos creencias iguales?

Creer a ciegas. Creer por la mañana y descreer  al anochecer. Creer en el gran escenario sobre el que vamos desfilando como bailarinas de ballet.

J. se subió al coche de su hijo el martes por la mañana. Hace muchos años, apenas con treinta, le mandaron ir a toda prisa a la fábrica en la que trabajaba su mujer. Cuando llegó, ella ya había fallecido. No dio tiempo a más.

J. abordó el resto de la vida caminando asolas, con su único hijo en el debe. Sin entender mucho que hacía allí, cargado de paciencia.

Así que se subió al coche de su hijo el pasado martes, superadas las ochenta primaveras. Y con los primeros rayos del sol esquivando las nubes, un rayo certero le fracturó, al fin, el corazón.


A la hora de esta crónica, J.  dejó de creer, y ya sabe sin asomo de duda.


viernes, 4 de abril de 2014

Basura

No todo está perdido.

Terminado el duro invierno, el oleaje reprime sus envestidas. Se conforma con empapar el arenal sin violencia. Ya no descubre piedras, ni amenaza las dunas, ni arranca espectadores de la costa a la menor oportunidad.

Quedan, eso sí, los restos de la batalla. Pruebas visibles de un asalto cruento donde encontramos el más variado catálogo de envases de plástico, aparejos de pesca desnortados, restos de madera, botellas sin mensaje y la más dispar e inclasificable gama de objetos raros.

En el Océano Pacifico una gran mancha de plástico se extiende casi, casi de costa a costa. El epicentro se ubica en el giro del pacífico norte. Una botella de plástico arrojada al mar puede tardar en borrar sus huellas cientos de años. Le lleva su tiempo.

Si seguimos escondiendo la basura debajo de la alfombra, construiremos una montaña rusa en el salón de casa. ¿Cómo es posible que generemos tanta basura sin el menor esfuerzo?

La vida mancha. Pero no, no todo está perdido.

El último domingo, justo cuando había terminado de correr al abrigo de los pinos, mientras recuperaba aliento y aprovechaba los pocos rayos que sorteaban las nubes, descubrí una hilera de adolescentes acarreando bolsas negras desde las dunas a los contenedores al borde de la carretera. Bolsas cargadas de desidia.

Así que pensé que si un puñado de jóvenes era capaz de suplir las obligaciones de un ayuntamiento, ciego y sordo, y lo hacía sin rechistar y por propia voluntad, todavía quedaba un poquito de esperanza.

Si hoy fuese domingo electoral, yo los votaría a ellos. Consuela saber que aun hay gente que hace lo que debe.


Si todos ganan, ganas tú. Así que muchas gracias, compañer@s.