Todo el mundo en la oficina contaba con mi
ascenso. Después de tantos años obedeciendo sin rechistar y dando la cara por
un jefe sin dotes de mando, el esfuerzo ofrecía por fin sus frutos. El próximo
relevo me tocaba darlo a mí.
Por eso extrañó tanto que contrataran sabia
nueva para el cargo de Director General. En una organización tan conservadora,
el cambio es pecado.
El personal se alegró con mi desgracia,
llevo mucho tiempo ejerciendo de represor. Por los pasillos escucho risas
malintencionadas y observo, en las pantallas de seguridad, disimulados gestos de
satisfacción.
Cuando me presentaron al nuevo, el tipo que
venía a ocupar mi destino, me sonó su cara. Fue un poco más tarde cuando
recordé que era el mismo rostro que, ese mismo verano, me había ganado la final
del torneo de pádel que organizamos en el club, para jolgorio de mis amistades.
El día de la presentación, las ruedas de su
deportivo sonaron sobre la gravilla del parking, mientras yo daba vueltas con
la llave al motor sin mucho éxito.
Mi fijé bien en él cuando pasó envuelto en
una nube de polvo. Es un poco más alto que yo, un poco más moreno, un poco más
joven, un poco más alegre también. Me gustó la elegancia con la que vestía
aquel traje que parecía diseñado a
medida. La combinación de colores de la corbata y camisa, demasiado atrevida
para mi y tan rotunda en su persona.
Descubrí que estudiamos en la misma
facultad, promociones distintas. Un par de gestiones después, logré hacerme con
su expediente. En todas las asignaturas tiene, al menos, medio punto más que
yo.
Hoy, por fin, al llegar a casa, mi esposa
me recibió con un beso cándido en la mejilla, al tiempo que me retaba a
adivinar a quién había invitado a cenar. Y sí, allí estaba él, con esa sonrisa
tan brillante, el pelo ondulado y perfecto, tan resuelto y decidido en cada
gesto…
Me saludó calurosamente y me fui corriendo al baño. Dijo
que estaba muy contento en mi casa.
Ahora, con los pantalones bajados, sentado
sobre la taza del inodoro, flexionado el tronco sobre las piernas, soporto la
embestida del mareo y decido que la próxima vez que salga ahí fuera, nada
volverá a ser lo mismo.
Alguien viene.