domingo, 14 de febrero de 2016

Cosmología



Duermo mucho, pero solo a veces.

Otras muchas, las más, aguardo agazapado entre las sabanas el asalto sanador de la inconsciencia. Y mientras espero, tengo a bien imaginar vidas simultáneas, experimento caminos nunca antes transitados que ofrecen, a su vez, un sinfín de oportunidades por perder.

Así, con el transcurrir de los minutos en una divagación cada vez más cargada de complejidad, uno alcanza casi a percibir que el total de sus órganos forman un todo, y que el tiempo, imperceptible, recorre el espacio que ocupan. En ocasiones hacia delante, otras tantas hacia atrás.

Guardo la posición fetal y relajo la actividad a sabiendas de que, si cedo y comienzo a revolverme sobre el colchón, terminaré a la deriva en el desasosiego, cada vez más inquieto, enfrascado en asuntos que semejan rompecabezas compuestos de cientos de miles de piezas distintas. ¿Cómo saber con cual empieza todo?

Rendido a la vigilia, como un soldado de imaginaria atrapado en su garita, pongo los pies fuera del rectángulo que me cobija, piso primero la alfombra cálida, después la madera tibia y al fin las frías baldosas de los pasillos del edificio.

Asciendo las escaleras, alcanzo la última planta, traspaso la puerta de la azotea y mis pies se posan sobre el cristal húmedo de un charco. Llueve y pronto las gotas racheadas empapan mi pijama; dos piezas desiguales que no combinan. ¿Será por eso que no me gané el derecho a dormir?

Las nubes, mecidas con violencia, descubren fugazmente la luna menguada y un firmamento difuso. La vista engaña, deforma la escena, filtrada por la lluvia como si mirase a través de unas gafas de aumento.

Siento el charco ingresando al interior de mi cuerpo, filtrándose ajustado a los poros de la piel.

El universo se expande, recuerdo.

Mientras yo estoy aquí, aterido, tal vez atrapado en un sueño pesado que no se deja soñar, ordenando y acomodando en lugar seguro los múltiples acontecimientos de la jornada, reparando las células dañadas en el tráfago diario, el universo sigue impasible su curso, a una vertiginosa velocidad, como una marea que asciende, anega la tierra que sale a su paso y cuya inercia no se detiene ante nada ni nadie.

Se expande desde un punto discreto, hace miles de millones de años, tras ovillarse concentrando en su interior infinitos destinos por venir, incontables historias por contar, fatigas que nos achican, azares y alegrías, felicidad y desgracia, todo ello atrapado a su máxima densidad, hasta provocar la gran explosión que inauguró el pálpito y éste, a su vez, todos y cada uno de los pálpitos.

Amanece. Es hora de regresar a casa.

Si me viesen mis vecinos, no sabría explicarles qué hago aquí arriba, al borde de la pulmonía, encharcado, ameritando locura, conjugando la teoría del todo, justo un poco antes de que suene el despertador y caiga rendido en un sueño espeso, denso, a punto de estallar en mil pedazos, como un corazón en el que ya no cabe nada más…