viernes, 27 de septiembre de 2013

Frontera



Viajar, perder países…en palabras de Pessoa.

Ninguna bandera me abriga lo suficiente cuando tengo frío, con ninguna consigo aliviar el sudor de mi frente.

Mi religión es la de todos vosotros y confío en todos vuestros Dioses. Ellos también me acompañan sin reclamarme fidelidad alguna.

Entiendo cualquier lengua que tú hables, aunque casi no practique ninguna con destreza. No recuerdo, pese a todo, que haya quedado, algo, alguna vez, pendiente de decir, suspirando en un rincón.

Nadie habla por mi, a nadie le presto mis palabras y firmo debajo de todo lo que escribo, aquí y ahora.

Sospecho de las fronteras y sus defensas.

Desconfío de los límites.
¿Qué otra cosa son más que barreras a la eterna fuga de nuestra imaginación?

Tengo hermanos en Dakar y en Figueras; por todos ellos daría la vida sin que nadie me lo mandara.

Sucederá cuando perdamos todas las fronteras: sabremos que el ancho mundo es nuestra cama, que el cielo de ahí arriba la única manta que nos cobija frente al áspero ambiente.

Desde aquí, hacia la eternidad.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Mutis



Llegó el otoño, y se cayó la primera hoja marchita.

Esta mañana, al abrir el periódico, me topé con la noticia de que un tal Álvaro Mutis había fallecido en Ciudad de México y que en una funeraria de un lugar llamado San Jerónimo velaban, a esa misma hora, su cuerpo.

Yo he dado varias veces la vuelta al mundo con alguien de idéntico nombre, pero imposible que fuese la misma persona, pensé, porque esta misma mañana, mientras desayunaba, le vi sentado en un sillón giratorio que tengo delante de la ventana de la sala de estar. No hice ruido para no molestarle, parecía muy cansado y un poco distraído. Lo que es seguro es que estaba vivo.

Agitado por la duda, escribí de inmediato a un amigo que vive en el D. F., para rogarle que, si tenía un ratito, visitase la funeraria del citado barrio y aportase un poco de luz. Es lunes y tendrá que trabajar, pensé, pero tal vez la aventura le tiente.

Es un buen amigo y enseguida respondió a mi requerimiento. En efecto, era Lunes y tenía que trabajar. En breve entraría en una junta, además, San Jerónimo quedaba a varios días de viaje a caballo. Está claro que soy incapaz de imaginar cuán grande es el D.F.

No obstante, creo que para tranquilizarme, mi amigo me dijo que ambas cosas eran perfectamente posibles, es más, el hecho de que lo estuviesen velando en San Jerónimo, hacía posible que yo le hubiese visto sentado en la sala. Me dijo que no me preocupase, que todo estaba bien.

Al volver este mediodía a casa, le busqué pero no le encontré. Todo estaba extrañamente en su sitio. Ni siquiera una huella de más en el sillón giratorio. Maldije mi suerte por vivir en una ciudad tan alejada del mar. Si fuese de otra forma, juro que hubiese salido disparado a enrolarme en el primer mercante de aspecto oxidado que hubiese encontrado.

Juro que así habría sido.

Tal vez aun fuese quien de encontrar a uno que le dicen Maqroll, a estas alturas, el único capaz de sacarme de dudas. Y ya de paso me decidía, de una vez por todas, a emprender una larga travesía que diese un poco de sentido a esto de estar vivo.

En fin, como la esperanza es lo último que se pierde y también lo único que podemos perder, les diré que Mutis es un tipo alto, de pelo canoso, bigote espeso, mirada lustrosa y capaz de contar verdades como si fuesen las más tristes mentiras.

Si lo ven por ahí, le dicen por favor que me está debiendo una historia.


viernes, 20 de septiembre de 2013

Marqués



De vez en cuando me gusta infiltrarme en las visitas guiadas. Me hacen pensar que en el fondo formo parte de una manada y me guío por sus mismos códigos.

Al entrar en el palacio descubro que la visita está a punto de comenzar y que dispongo de 3 euros en el bolsillo. Me apunto entonces a la fiesta y, mientras la guía que me ha vendido el último billete concluye los preliminares, deambulo por la escalinata regia observando las fotos del pasado que hablan de una sencilla villa marinera que ya no existe.

Aun me retienen los recuerdos en papel impreso cuando iniciamos el paseo por la casa del señor Marqués, dirigidos por la afectada y altiva voz de nuestra conductora, que desgrana en tono teatral, vida, obra y milagros del primer propietario del palacio.

Se me ocurre que para ser una “casa” en la playa, el Marqués ha mandado construir un sinfín de chimeneas, cada una más compleja que la anterior en su arquitectura. Es como si hubiesen sido diseñadas para quemar en ellas sus mejores sueños y esperanzas.

La voz engolada de la anfitriona circunstancial, me embriaga hasta el límite de mis posibilidades. Me subyuga su incomparable capacidad para hablar ante la multitud como si estuviese radiando un entierro.

La luz de las estancias amarillea, lucen deshabitadas de muebles y recuerdos. Queda lo que nadie quiso llevarse. El momento cumbre se produce en una especie de recibidor que comunica dos amplios espacios. Cuatro paredes, una ventana y dos puertas en línea recta, generan sensación de continuidad.

Cuatro paredes: tres cuadros y una ventana.

Al fondo, el señor Marqués. A un lado su primogénito, fallecido de tuberculosis a la tierna edad de veintitantos. Finalmente y enfrentado a este último, el hijo menor, heredero de título y fortuna, pero fallecido sin descendencia.

Me giro a la orden de la voz en off. Por la ventana puede verse el panteón construido por el Marqués para dar sepultura a su amadísimo hijo mayor, erigido en su honra y para nuestra admiración.

Mis compañeros de excursión se afanan con las instantáneas de los nobles. Otros renuncian a la captura de las imágenes y ya cambiaron de ambiente. Me quedo solo.

Nuestra guía, a golpe de gracia incomparable, abandona la estancia haciéndonos notar lo altos, guapos e inmensamente ricos que eran los señores Marqueses. 

Resisto aun en la sala ya vacía. Las voces navegan a la deriva y transmutan en ecos del pasado. Contemplo los rostros circunspectos y graves que me observan sin ver, desde sus ubicaciones en la pared. Fuera avanza la tarde sobre el césped recién cortado. El panteón, edificado con exquisito gusto gótico, otorga gravedad y trascendencia al escenario.



Crepita, a lo lejos, el tono narcótico de la narración. Los ojos del Marqués me parecen extraviados, tan tristes que no consigo desliarme de su influjo.

Se va la tarde sin remedio y con ella el séquito. Agacho la cabeza, retomo el camino perdido y aventuro, como despedida, un descanse en paz, señor Marqués.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Caminante



Porque no se puede perder el tiempo sin dañar la eternidad, cuida que tus pasos cuiden de ti.

La vida concede a cada cual, lo que éste necesita en cada momento.

Nos resulta más conveniente, por norma, obviar que lo que necesitamos no se corresponde con lo que deseamos. Así sucede las más de las veces; es más sencillo la sanción de la falta ajena que la sanación de la flaqueza propia.

Pero no nos rindamos todavía.

La vida, en su infinita sabiduría, siempre tiene un gran plan esperando por nosotros a la vuelta de la esquina. Por más erráticos que sean nuestros pasos, por más torcida que sea nuestra lectura de los rectos renglones de cada día, acabaremos encontrando de frente aquello que, sin saberlo, tanto necesitamos.

Quiebros y requiebros, giros, piruetas, vueltas y volteretas más tarde, nos dejarán en el mismo sitio que al principio, si decidimos no responder la llamada de atención que una y otra vez se nos dedica.

Camina. Hacia delante, un pie primero y otro le sigue después.

No te asustes si tu paso difiere del resto de los pasos. Poco importa la amplitud, frecuencia y fuerza de la zancada. La esencia reside en la profundidad de la emoción con que los ejecutamos. El pequeño trozo de destino que ganamos con cada uno de ellos.

Cuantos más des, más podrás dar y menos peso en la espalda sentirás. No necesitas saber a donde vas, si en efecto vas. Cree en el primero y todos los demás vendrán a ti como vendaval. Siente el alivio de las penas más ingratas con cada porción de terreno acariciada con los pies.

No hay ni habrá dos pasos idénticos, al igual que no caben sobre la faz de la tierra dos vidas gemelas.

¿De verdad quieres saber por qué avanzar uno tras otro, día tras día, a pesar de vientos y mareas, a merced de soles y lluvias?

Para sentir debajo la tierra, arriba el cielo y a cada rato el ritmo en tu interior.

viernes, 6 de septiembre de 2013