jueves, 24 de julio de 2014
viernes, 18 de julio de 2014
Confesión
Había sido una mañana durísima. El teléfono
no paró de sonar desde bien temprano, y por alguna alteración astrológica, a
todo el mundo se le antojaba hablar a gritos, golpeando con energía la mesa y
amenazando con ultimátums de todo tipo.
A las tres de la tarde decidió que no
comía. En la calle un tórrido sol regaba las aceras y martillaba las cabezas de
los viandantes. Solo le apetecía borrar la jornada de un plumazo y estar en
otro sitio. Bien lejos. Cuanto antes.
Despertó a media tarde. Por los poros de la
persiana se filtraba una luz amarilla que le hizo pensar en una enfermedad
grave.
Estaba desnudo y ella, a su lado, también.
Recordó entonces: las llamadas insistentes,
los reproches, el calor demoledor…
Pasó la mano varias veces por su espalda y
por la piel rodó una gota de humedad. Ella agradeció el gesto con un par de
palabras afectivas.
Comprendió, enseguida, que allí no quedaba
mucho por hacer y además la alarma del teléfono móvil le recordó que debía de
recoger a su hija pequeña a la salida de la clase de piano.
Se levantó, dispuso la ropa sobada sobre el
cuerpo, acomodó las prendas y el pelo ante el espejo y salió sin despedirse…
viernes, 11 de julio de 2014
Venganza
Ojo por ojo y el mundo se quedará ciego
La historia viene de lejos, es bien
conocida, pero precisamente por eso conviene contarla otra vez.
Érase una vez una ciudad sagrada, dividida
en dos por una frontera invisible, sinuosa, un fino alambre sobre el que
balancearse peligrosamente.
Estratégicamente ubicados en cada lado de
la frontera, elevados, velando por los sueños y el orgullo de su pueblo, dos
ojos que apenas pestañean. Dos soldados en imaginaria. Dos vigilantes que
guardan y hacen guardar la ley, caiga quien caiga…
Dos francotiradores impolutos que abrazan
su gatillo como si acariciasen su propia alma. Como el accionamiento metálico
es sensible y el umbral de la provocación está por los suelos, cada vez que
algo se sale de su sitio, al otro lado de la frontera: calibran, apuntan y
derriban.
Entonces el tirador del otro lado, siente
la sangre del caído lastimando su ojo, pues desde su privilegiado puesto de guardián
es capaz de verlo todo. En represalia por la afrenta, despiadada e injusta (esto
no admite discusión) procede, por el bien de su pueblo, conforme a los
siguientes pasos: busca, calibra, apunta y derriba. Así tres veces. Porque cada
vida de su lado equivale a tres del otro. Lejos de cerrar aquí el episodio, el
lado contrario percute de inmediato seis veces sin errar ni una sola. Porque
tres vidas de su lado merecen seis del otro para sanar la afrenta…
Tardarán días en detenerse, es la inercia.
Además, todos los derribados suponen una
causa justa, faltaría más.
Nadie sabe cómo empezó pero sí como
continuará. A unos nunca se les cansa el dedo sobre el gatillo, a los otros
jamás se les acaban las cabezas que ofrecer en sacrificio. Unos son el pueblo
elegido, otros se declaran el pueblo oprimido. Unos fueron perseguidos sin
piedad y ahora persiguen sin piedad. Otros aceptan su sufrimiento y siempre
encuentran una piedra con la que ofender…
¿No se cansan de su esfuerzo inútil? ¿No les
agota tanta derrota repetida? ¿No les aterra vivir enamorados de en un destino
en el que exterminas o eres exterminado?
El infierno es una batalla que no se puede
ganar jamás.
viernes, 4 de julio de 2014
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