viernes, 28 de marzo de 2014

Viaje



El sol entra al fin por la ventanilla y continuamos hacia delante.

Para entretener las horas mientras se mastican los kilómetros, vuelvo a tomar el periódico y reviso la noticia con la que pasé enfrascado las horas insomnes de la noche.

Al parecer, un grupo de científicos ha detectado ondas gravitacionales generadas justo después de la formación del universo, hace más o menos 13.800 millones de años, año arriba año abajo. Según el diario, tal hallazgo santigua una de esas teorías donde todo encaja pero nada estaba aun confirmado.

He leído varias veces el texto, profundamente absorto en su literatura, pero no logro comprender gran cosa. La poesía debería de ser obligatoria en las facultades de Física, solo así podremos estar seguros de que algún día entenderemos lo que nos quieren decir.

Para mí, toda la vida ha sido innegable que el universo era infinito en tiempo y dimensión. Porque si no fuese así,

¿Qué había antes del universo? ¿Más universo?

Y,

¿Qué hay más allá de los límites del universo? ¿Más universo?

Hace tiempo trataron de explicarme que analizaba las cosas desde un punto de vista muy racional, que necesitaba considerar dimensiones que no puedo captar por las vías convencionales. El espacio/tiempo es inasequible a tus sentidos, me dijeron.

Lo que más me fascina, lo que me tiene atrapado ante la ventanilla, mientras desfilan pueblos y más pueblos que se van despertando a nuestro paso, es la idea de unas ondas que llevan navegando toda esa inmensa retahíla de años, sin descanso, sin aparente destino final. Pues si no llegaron, ya no creo que vayan a llegar.

Eso, y la incontable secuencia de acontecimientos improbables que han fraguado en todo cuanto veo en el exterior.

Parecemos, también nosotros, compuestos por el mismo barro de esas ondas gravitacionales. ¿Somos, acaso, una minúscula fracción de ellas? Condenados a avanzar hacia ninguna parte, siempre, seguido, deprisa…sin tener conciencia de nuestra verdadera naturaleza, obedeciendo a la fuerza interna de una explosión que sigue disparándonos hacia todas partes y hacia ninguna a la vez.

Cosas de la física cuántica…y la poesía.


Foto de Rocío Brage

viernes, 21 de marzo de 2014

Millonario

Sentado a la mesa de la cocina, repasa el informe de dos hojas que le han hecho llegar a primera hora. De un día para otro, la bolsa ha subido y lo que ayer valía 1 hoy vale 5. Así que, mientras dormía plácidamente, un montón de ceros engrosaban, de nuevo, su cuenta corriente.

Qué locura.

Moja otra vez la galleta dorada en la leche tibia y repara en la pantalla de tv. Dale volumen, le pide a la sirvienta que revisa las baldas de la nevera con lápiz y papel.

Si su hija lo viese desayunando en la cocina, le reñiría. Con la cantidad de sitios bonitos que tiene la casa, jardines y terrazas, salas y salitas, tienes que venir a desayunar en la cocina. Papá…

Pero a él le gusta así. Leche con galletas, o leche con miga de pan duro. Eso es lo que más le gusta. Al fin y al cabo, todos esos metros cuadrados disponibles para él solo, algún privilegio tienen que darle…

Hoy también hará sol, señor. Pero el señor no escucha, la galleta dorada se disuelve en la leche y desciende al fondo del vaso como un submarino. En la tv las noticias hablan de un tipo que se metió en la cama el martes de carnaval y a las tres de la mañana despertó envuelto en llamas. Las brasas de la chimenea. Tiene ochenta y muchos.

Su vecino, con idéntica edad, cuenta que intentaron apagarlo, pero cuando vieron que no había nada que hacer, llamaron a los bomberos. No hay mucho que salvar, las paredes de piedra y poco más. El vecino dice que su amigo se ha quedado con lo puesto: unos calzoncillos.

La asistenta le ofrece un zumo recién exprimido, pero el señor rehúsa. La aldea del suceso no está muy lejos de su casa.

Piensa en el hombre en calzoncillos, en lo magnifico que sería levantarse un día por la mañana, tomarse un vaso de leche y galletas, y prender fuego a todo. Como vino, se fue.

Cuando llegue su hora, ni si quiera unos calzoncillos que le tapen las vergüenzas podrá llevarse.

Dobla un par de veces las dos hojas del informe, esboza la forma de un avión, ajusta el batín granate y camina despacio por la cocina hasta la puerta de servicio.

Va a ser verdad que hoy saldrá el sol.


Nota: La fotografía es obra de Chema Madoz



viernes, 14 de marzo de 2014

Ay

Es difícil estar vivo…

Nuestra naturaleza dice de nosotros que somos una fragilidad inescrutable.

De repente estás y al de repente siguiente ya has saltado por los aires. Visto y no visto.

Conduces a 75 km/h por una carretera secundaria y un mal giro te estampa contra una farola. Caminas tranquilamente por la calle y un mal rayo fractura tu corazón. Descansas distraído las penas de una larga jornada y desde una cornisa el viento desprende una teja que va a por ti…

Te habrás despertado frisando las diez de la mañana. Es un domingo de sol después de docenas de días atrapados por el gran chaparrón. Todo está tranquilo. Tu esposa hace ruido en la cocina con la cacharrería del desayuno y a los pequeños, 3 y 9 años, se les escucha de fondo, puede que en el jardín.

Es un día especial, el de 3 años está de cumple y toca celebración. Al finalizar la jornada, cargarás el petate al hombro y partirás cabizbajo rumbo a tu destino. Son ya unas cuantas veces, pero no deja de pillarte por sorpresa la sensación.

Recuerdo cuando yo era pequeño, como esos que ahora trastean por tu casa. Mi padre se pasó más de treinta años embarcando y desembarcando. Navegando tres o cuatro meses y obteniendo a cambio dos para descansar. Nunca dejó de acongojarle el momento de la partida y nunca dejé de percibirlo como el hombre que iba y venía, casi no daba tiempo a sentarse a charlar un rato…

Así que el día transcurre vertiginoso, la sobremesa se alarga con la tarta, las velas, los regalos…y por fin suena la campana. Un autobús te recoge en la puerta del hogar a eso de las ocho. Junto con otros compañeros partes a la costa vecina desde la costa que lame tu jardín. Eres marinero y andas enrolado en un barco de pesca. Tienes 33 y antes de esa, tuviste otras ocupaciones que te permitieron llevar el pan a casa. Dicen que en el mar no hay paro, por algo será.

Lo de la pesca es provisional, te dices a ti mismo mientras el autobús devora kilómetros, hasta que la cosa mejore y puedas encontrar algo entierra.

El viaje transcurre en un abrir y cerrar de ojos. Llegáis a puerto envueltos en la noche y embarcáis enseguida. Del asiento del autobús al catre del pesquero. La bóveda plateada se refleja en la superficie lisa del mar. Después de tanto temporal, llegó la calma.

Así que se encienden los motores y comienza el vaivén del barco, ese del que cuesta desacostumbrase cuando vuelves a pisar tierra. Todos a la cama y en el puente el patrón guiando destinos. Seguro que en casa ya duerme tu esposa, los pequeños que mañana tienen colegio. Día de emociones.

Y de repente una embestida que te despierta del sueño, como un puñetazo que partiese el espinazo del barco de forma certera. Tomas conciencia del lance preso de un sofoco histérico. No da tiempo a nada más. El agua de te llega al cuello y te engulle. Lo piensas todo otra vez, a toda velocidad, y finalmente el telón se cierra sin piedad. Tu cuerpo empapado en sal, apagándose, y los ojos muy abiertos que ya no saben mirar. Punto y final. Así, de repente…

Maldita tu suerte.

Cuando se enteren en casa. Cuando se enteren.

Y hoy es el día que sigues aun allí abajo. Enredado en artes y algas. Rodeado de mar por todas partes. Mientras, se acerca otro domingo a tu casa. Un domingo de no cumpleaños y todos esperan noticias de ti.

Lo que no saben es que tú ya no estás allí. Allí solo queda una forma marchita que recuerda vagamente a ti y el melancólico paisaje de fondo. Tú te marchaste de puntillas y sin mirar atrás.


Cuando se enteren en casa. Cuando se enteren.





viernes, 7 de marzo de 2014

Enfermedad

Es difícil estar vivo.

La vida se rige por estrechos márgenes de los que no es conveniente desviarse. La temperatura interior ha de ubicarse entre los 36/37 ºC. Nuestras células desean moverse en un Ph óptimo de 7.39, en una escala que va de 0 a 14. En invierno, en agua marina a 10 / 12 grados, resistiríamos unos 15 minutos antes de entrar fatalmente en hipotermia. El aire que respiramos es un cóctel de gases en porcentaje preciso. Nuestro corazón, no puede latir más de 3 veces por segundo…

En calzoncillos, perdido en la madrugada, te observas con cuidado en el espejo. Eras bien guapo en tu juventud, nada te podía parar. Hoy escasea el pelo, el abdomen flaquea ante la presión de las vísceras y coleccionas recuerdos en unas bolsas bajo los ojos.

La mano cansada viaja rápido hasta el pecho y frota cadenciosa la piel. Ahí dentro el reloj golpea sin ritmo y por momentos parece que fuese a ceder a la desidia, dejándose ir.

Ya no duermes, ya no encuentras postura que te sosiegue el ánimo.
Un intenso dolor invade el vientre.

Te sientas sobre la taza, imbuido de ese ruido impreciso que zumba en las casas por la noche. Intentas miccionar sin mucho éxito, hasta que una quemazón te recorre la uretra y el líquido espeso gotea. Inclinas el tronco sobre las piernas. Sientes, por todas partes, presión sobre la piel. El frío asciende desde las baldosas y escala por tus huesos. Se te va la vista. Pitan los oídos como si el silencio los arañase.

Otra vez la mano en el pecho, ahora queriendo cerrarse en un puño. El dolor impreciso. La melancólica sinfonía que cae desde el cielo…

Y te preguntas, en las postrimerías de la contienda, única ventana encendida en el barrio:


¿Pero qué coño funciona mal ahí dentro?