viernes, 30 de enero de 2015

R



Hace ya algunos meses, una mañana distraída en el trabajo, alguien llamó a la puerta. Si una mañana, un extraño…

El despacho es pequeño y lo compartimos cuatro personas. Al otro lado de la puerta, un muchacho vestido de traje gris y no mucho más de treinta y pocos, se presentó como representante de una empresa de telefonía. Traía una propuesta para nuestras comunicaciones, teléfono e internet. La oportunidad nos pareció ideal, atentos siempre a no acomodarnos en la tiranía de la primera empresa que conquista nuestra voluntad.

Compramos. Después de unos días y no ciertas vicisitudes, el cambio se hizo efectivo y comenzamos a operar con el nuevo proveedor: mucho más pequeño que el anterior, con menos recursos, pero de nuestro agrado, pues siempre atiende nuestras peticiones telefónicas de buenas formas y mal que bien, acaban por darnos una solución.

Así que todos contentos. Además, la publicidad de la nueva compañía es realmente creativa y le hace a uno sentirse miembro de una minoría en rebeldía, dispuesto a cambiar el entorno en el que vive. Porque yo lo valgo y soy distinto a la masa…

Y la vida siguió, con tormentas y calmas…

Hace unos días, una de mis compañeras de trabajo, que hace de voluntaria en la cocina económica dos días a la semana, me contó una pequeña historia. El último día que había estado de servicio, terminado el turno, entró un joven en el comedor. Como ya se habían terminado las cenas, alguien le preparó un bocata de chorizo, en media barra de pan. Mi compañera se quedó mirando al joven, vestido de gris, con una mochila a la espalda y la figura desdibujada por el clima. Tomó el bocadillo empaquetado, agradeció y regresó a la intemperie.

Era nuestro comercial. El que nos había vendido la nueva conexión telefónica y henchido nuestras ansias de rebeldía.

Entiendo que la vida debe de ser una dolorosa batalla diaria cuando trabajas a puerta fría y apenas recibes un pequeño diezmo de lo que consigues vender. Parece una forma de esclavitud moderna, pero más sutil y elaborada, porque quienes la alimentamos tenemos la conciencia tranquila, nos han convencido de que hacemos lo correcto.

¿El nombre de la compañía, me preguntas? Qué más da, que te importa. Vamos a imaginar que se llama R.  



Fotografía de Rocío Brage.
 

viernes, 23 de enero de 2015

Reyes



Tarde de Reyes. Como viene siendo habitual en los últimos años asisto a la cabalgata con I. y A., 10 y 5 años respectivamente.

Se trata de una tarde muy especial, la del 5 de enero, la previa al gran día de la ilusión. Sus majestades, Melchor, Gaspar y Baltasar, Reyes Magos de Oriente, recorren las calles de la ciudad, mientras sus pajes lanzan caramelos a los pequeños enfervorecidos que en los márgenes de la vía saludan inquietos al trío de alquimistas.

Esa noche se irán nerviosos a dormir, desando que termine cuanto antes la larga noche, desemboque en la mañana y puedan saltar, por fin, de la cama para descubrir en el hueco de sus zapatos, arrumbados contra el árbol de Navidad, los regalos merecidos de todo un año. El día de la ilusión. El día en el que todo es posible, en el que los sueños se cumplen, tal vez no exactamente como los habíamos pergeñado, pero al menos sabemos que alguien, al otro lado, escuchó nuestras variadas peticiones.

La tarde previa al día de Reyes, la paso con I. y A. en casa de su abuela, que tiene un primer piso con terraza desde donde es posible saludar a la realeza de oriente desde una posición privilegiada.

En esas estábamos cuando C., la madre de los dos pequeños, recibió una llamada del hospital. Justo en el momento en el que la carroza de Baltasar, mi mago favorito cuando era niño, desfilaba ante nuestro balcón. El padre de C. arrastra una larga enfermedad, y ese mismo mediodía había sido ingresado de urgencia, por un nuevo achuchón, que, otra vez, extenuaba sus últimas fuerzas.

Al otro lado del teléfono alguien dictaba malas noticias. Vente enseguida- dijo la voz- es posible que tu padre no pase de esta noche. La muerte, cuando es esperada, sobrecoge menos, pero en cualquier caso hay que lidiar con ella, mirarla de cerca y superar sus trámites. Nunca me parece fácil, ni si quiera cuando diagnostican apresurados: es lo mejor que le podía haber pasado.

A las carreras, C. organizó con su marido la inminente salida al Hospital, mientras yo me hacía cargo de los dos pequeños por tiempo indefinido. En la calle tomamos caminos diferentes e inauguramos conversaciones bien distintas. I. y A., enajenados por el espectáculo de luz y color al que habían asistido, inquietos por inaugurar cuanto antes una noche que desembocaría en premio. Ajenos al envite en el que se encontraba su abuelo en ese momento. Sin apenas imaginarlo.

Con todos ya en la cama, esa noche, mientras observaba las estrellas, pensé que el abuelo de mis chicos también habría sido un pequeño inquieto ante la llegada del gran día. También se habría enfrentado a noches de tal naturaleza. Ahora, en cambio, se debatía en la cama blancuzca de un hospital, mientras fuera el mundo giraba a toda velocidad.

Una ambulancia se dirige a la puerta de urgencias con una parturienta a punto de dar a luz. El coche fúnebre se detiene y le cede el paso, ellos no tienen tanta prisa. Unos vienen, otros se van, y tantas cosas que quedan por decir, suspendidas, en espera…

El abuelo superó la noche de Reyes y alguna otra desde entonces. Apenas puede levantarse de cama y sabe que la gran cita de su vida está a punto de caramelo. Y la vida sigue ahí fuera, ronroneando como un gato tendido al sol.



Post Scriptum: Desde la tarde de Reyes, este post estaba esperando ser escrito. Finalmente sucedió esta semana. A la mañana siguiente, el abuelo logró por fin abandonar este mundo.

viernes, 2 de enero de 2015

Nuevo


Quem teve a ideia de cortar o tempo em fatias,
a que se deu o nome de ano,
foi um individuo genial.
Industrializou a esperança,
fazendo-a funcionar no limite da exaustão.
Doze meses dão para cualquier ser humano se cansar
e entregar os pontos.
Aí entra o milagre da renovaçao
e tudo começa outra vez, com outro número
e outra vontade de acreditar
que daqui para diante tudo vai ser diferente.

Para você, desejo o sonho realizado,
o amor esperado,
a esperança renovada.

Para você, desejo todas as cores desta vida,
todas as alegrias que puder  sorrir,                              
todas as músicas que puder emocionar.

Para você, neste novo ano,
desejo que os amigos sejam mais cúmplices,
que sua família seja mais unida,
que sua vida seja mais bem vivida.

Gostaria de lhe desejar tantas coisas...
Mas nada seria suficiente...

Então desejo apenas que você tenha muitos desejos,
desejos grandes.

E que eles possam mover você a cada minuto ao rumo da sua felicidade.


Carlos Drummond de Andrade