Sí, compañero, mejor marcharse de un mundo que
ya no estaba a tu altura. Empeoramos por momentos.
Sí, compañero, amamos la oscuridad, pero
venimos de la luz y a la luz volveremos algún día.
Sí, aquí seguiremos bailando hasta el final
del amor. Resignados, tristes, un poco distraídos por los golpes del temporal.
Sí, y por las noches soñaremos que todavía
es posible que, en el próximo amanecer, asaltemos pacíficamente los cielos. Empezaremos
por Manhattan y ni siquiera el olor ácido de la mañana será suficiente para
apaciguar la fuerza de nuestros corazones.
Que suenen los violines.
Que suenen ahora, mientras inclinamos la
cabeza con el sombrero compungido contra el pecho.
Que suenen, y “todos los hombres serán marineros hasta que el mar los libere”.
Sí que me acuerdo. Asomado a la claraboya
del tejado, a punto de salir volando por los aires, sostenido solo por la mano
cálida de Suzanne y un ay.
Suzanne una y otra vez. Como si sospechase
que si la música paraba no habría día siguiente.
Sí, me temo que ya no corre sangre por
todas las venas. Se congeló. Consecuencias del cambio climático y la deriva de
los continentes.
Sí, se acabaron las canciones.
Sí, estaría bien levantarnos en un suspiro,
ahora, mientras el planeta gira, y caminar asolas y descalzos sobre la hierba
mojada. O correr desesperados por las calles para iniciar una revolución. Sí, no
todos seremos poetas, pero tenemos el deber de intentarlo.
Sí, compañero, no hay profesión más noble
que la tuya.
Sí, saltemos ya sobre los charcos sin
arrepentirnos después.
Y gracias por venir, y quedarte este
ratito.