jueves, 27 de septiembre de 2012

Señales



La historia de una vida se resume en un olor a flores más un variado compendio de cintas doradas…recuerdo de tus amigos…recuerdo de tus primos de aquí….recuerdo de tus primos de allá…

Sinfonía de violines que recorre campos recién empapados, acaricia árboles centenarios y se posa donde mejor puede: las ramas, los hombros, los charcos.

Al Sur, la capa de nubes parece desgajarse de la tierra, como si lloviese desde el suelo. Al Oeste, la tapia de nubes se ve perforada por los rayos del sol que enfocan un lugar discreto en la llanura. Según cae, la estrella amarilla hiere de anaranjado el pavimento celeste y su mirada se expande.

Al Este, una luna plateada observa en silencio la escena y calla porque sabe que ese es su mejor presente.

Escaparemos por el Norte; cuando llegue la hora, cuando sea tarde.

Contra un vallado descubro una sombra tenaz y aunque no respira, distingo bien dos orejas alzadas, la mirada de un lobo y la oscura pelambre de la noche salvaje.

Una columna de aves cruza muy arriba, unidades alineadas tal que si se deslizasen por caminos marcados que solo ellos distinguen. Un movimiento es todos los movimientos. Después, en la arboleda, grazna un trío negro que no ceja en el empeño hasta alguien rapara en ellos.

Las láminas que el sol desprende, continúan perforando agujeros de colador en la alfombra blanca.

La música de violines serena el aire. Si todos callasen, si todos respetasen el silencio, campo y bosque se verían tomados por una música preciosista capaz de tornar visible lo invisible.

Giro 360º…el ojo humano capta matices que la lente ignora…inútil tomar muestras.

Las hojas de los árboles que no sé nombrar se resisten a teñir de marrón la piel y yo no sé dormir por las noches. La vida está cargada de señales y no vamos a poder ignorarlas todas.

Mira, huele, toca, escucha, saborea…pero por favor, no utilices los sentidos…ya no te sirven para nada.

Ahora discúlpenme, parto a toda prisa en busca de alguien que me regale un abrazo urgente.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Vainilla



Fin termina como empieza Inicio.

Desde tu terraza se divisa el campo sobre el que va tomando lenta posesión el otoño. Los días se achican por minutos, como si les doliese la luz. El cielo tiene, en esa tarde, un hermoso velo color de vainilla.

Lloverá, creo que dicen los grises que asoman…

Aunque vives a toda prisa, no conocí a nadie que disfrutase tanto la lentitud del momento. Posees el don del ritmo preciso para cada tarea, debes de llevar en el alma un metrónomo. Piensas cada palabra y siempre encuentras la respuesta en la que ni sobran ni faltan letras. Atesoras un corazón sin fondo con el que mirar de frente. Careces de fin y luces principios.

Huele al último rastro del verano. El viento azuza la copa de los árboles sin llegar a molestarlos. La piel sufre con el paso de la brisa que queda después de la lluvia. Atrás la playa, se acabó la arena. Finiquitaron los días que duraban hasta entrada la madrugada.

Toca vida nueva.

Ajustas la mirada en el paisaje y me parece que lo estás deslizando dentro de ti con mucho cuidado. Ahora ya sabes que tu lugar en el mundo eres tú, que ningún otro camina por ti porque a nadie le sirven tus pasos, que por las noches sueñas tu destino y a lo largo del día lo vas haciendo realidad con hermosa precisión y una sonrisa en los labios.

Nadie dice que no con tanta delicadeza. Nadie es capaz de confiar tanto en sí misma. Nadie como tú es quien de cumplir todas y cada una de sus promesas.

En fin, resta cerrar el portal de casa con llave. Echar una última mirada al jardín, arrebatado por el primer beso que le entrega el otoño. Subir al coche ligera de equipaje y comenzar a descontar kilómetros de la cuenta pendiente.

Buen viaje, mi querida amiga, susurran a tu espalda, a escondidas bajo el cielo de vainilla, recitando aquella oración de Pessoa que cerraba así:

O valor das coisas nao está no tempo a que eles duran
mais na intensidade con que acontecen
por iso existen momentos inesquecibeis
coisas inexplicaveis, pessoas incompareveis.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Otoño



El hombre llega al otoño como a una tierra de nadie: para morir es muy pronto y para amar es muy tarde.


Aledo Luis Meloni. Coplas de barro.
 

martes, 18 de septiembre de 2012

Metrópolis



Rechazaste la imitación, te alejaste de los días iguales.

La ciudad está nerviosa y su corazón late sin ritmo.  Apareces y semejas un elefante en retirada hacia el último escondite. Una vez en tierra, recorriste sin prisa las salas vacías y contiguas. Contenedores de espacio hueco y mal iluminado. Quién sabe cuantos pasos hicieron falta para sacarte de allí.

Después, descendiste por la escalera mecánica hasta arribar a los andenes del metro. A cada instante transcurrido, el aire respondía ganando densidad y temperamento.

Allí el vagón es como el escenario de un teatrillo. Está el chico ese alemán que atiende enmudecido a las palabras que no se cansan de brotar de los labios de su compañera. Viene también la mulata coronada por un moño imposible, la de la figura artificial. Concurre la pareja de cincuentones entreverados como adolescentes sobre el asiento.



Es un mundo perfecto y frágil donde cada cual ejecuta su papel, sin fallas ni repliegues. Pura geología.

Sin que caiga del todo el telón, abandonas el vagón con paso triste y avanzas en pos del temido exterior. Atraviesas para ello un corredor aséptico, que bien podría estar alejándote de tu nacimiento y acercándote a la muerte.




Siéntes, en superficie, el pálpito potente de la metrópoli retumbando en las paredes de tu sistema circulatorio. Un hombre, desvencijado sobre la acera, solicita por escrito unas monedas para el menú de mañana. Lo observas, lo obvias, puede ser que no respire.

Las aceras se funden a negro. Las farolas hablan poco.



Necesitas un hotel. Uno bien grande donde pasar inadvertido y despertar intacto a la mañana siguiente, después de haber soñado sueños de otro, sentado sobre la cama, retratado por el sol. Cosas de los hoteles.

En recepción aceptan tu petición de SOS y corresponden con una llave en forma de tarjeta y un número de cuatro cifras. La vida está llena de códigos, todo está codificado.

El hotel es el adecuado, concluyes al perderte por sus pasillos disfrazados de avenidas en la madrugada.

Abres, te descalzas, abates el cuerpo herido sobre la cama. Fuera ruge un motor. Dentro, el latido crónico del elefante se va apagando sin dejar huellas de la perdida.

Ya casi está…


Fotos: Rocío Brage