viernes, 18 de septiembre de 2015

viernes, 11 de septiembre de 2015

Matrimonio



El verano declina y la sangre va serenando su brío. Languidecen las hojas de los árboles, entristece el cielo el suelo y, por las mañanas, bien temprano, un aire frío me hace encoger en la azotea.

Todo el mundo vuelve a su rutina. Las calles se colapsan de vehículos. Las aceras se pueblan de estudiantes ociosos repartidos por las terrazas, apurando los últimos rayos de sol en oferta.

Así, de repente, me parece que es una buena época para el matrimonio.

Se trata de una cita que se fue postergando en el tiempo, sin día concreto. La vida se abre camino sin necesidad de papeles. Aun así, soy de la creencia de que a veces, es bueno poner ciertas cosas por escrito. Si no, de qué esta deriva…

Él llega tranquilo con los dos jovenes de la mano; tres el pequeño, cinco la mayor. Viste camisa de lino y pantalón vaquero. Eso sí, la tendencia la marca el pequeño T que luce camiseta de superman. Excelente mañana para un superhéroe.

Ella aparece un poco más tarde. Viene del trabajo. Hoy la dejaron salir un poco antes. Nada más llegar se le hace entrega de un ramo de gominolas.

Somos, además, cinco testigos. Solo dos firmarán dando fe. Nada en esta vida me gusta más que dar fe.

La jueza los recibe con sonrisa. Verifica identidades y comprueba que acuden libre y voluntariamente a la cita. Acto seguido se esmera con la lectura de un par de artículos del código civil.

El trato queda sellado con un beso. De aquí a la eternidad.

Nos repartimos las flores de dulce, se disparan aquí y allá algunas fotos y elegimos un buen lugar para festejar con un trago, completado con un improvisado restaurante italiano.

La fiesta termina pronto. Llega la despedida y de camino a casa me acuerdo de la historia que me contó la novia durante el vermú.

Al parecer estuvo tentada de acudir al enlace con un vestido blanco roto, propio del evento que la concitaba. La prenda está guardada en el desván de su casa. Es de una amiga y cuando ésta se separó de su marido le pidió que se lo guardase. Fue el ex el encargado de hacérselo llegar. Apareció un día por sorpresa con el vestido metido en una bolsa negra de la basura. Lo siento, le dijo al ser consciente de lo que entregaba en prenda, era lo último que quedaba por mudar de la casa y no tenía otra cosa mejor para el transporte.

La pareja se disolvió, cada miembro tomó su camino y mi amiga cumplió fielmente la encomienda.

Así son las cosas. El día más feliz de tu vida puede acabar envuelto en una bolsa de la basura. La existencia es volátil y caprichosa. No existen verdades absolutas.

Camino despacio. Tengo tiempo antes de coger el tren que me lleve de nuevo a casa. Como en una metáfora construida para la ocasión, el sol impetuoso de la mañana se empañó con la entrada de la bruma marina.

Pienso en las cosas que se van y no vuelven. En lo aprendido y desaprendido al cabo de los años.

Me siento como un funámbulo dudando del siguiente paso en su camino por el alambre. Sin red amiga bajo los pies.


Foto: Rocío Brage

viernes, 4 de septiembre de 2015

Nombre



Tal vez fue allí, en Alejandría, la primera vez que viste el mar. Te habrá sorprendido la superficie perlada bajo el manto de estrellas. El olor inconfundible que enseguida domina el resto de sentidos. El rumor de las olas rodando sobre la arena, que tranquiliza, a pesar de todo.

En Alepo, donde naciste, no hay mar. Así que te criaste a espaldas de éste, alimentada la imaginación por historias ajenas nunca confirmadas.

Aquella noche en la costa, en algún lugar ignoto, la cosa no pintaba bien. Para empezar, hacía rato que no te encontrabas. Eso no es de extrañar porque la diabetes no te da un respiro y tienes que estar siempre pendiente de sus exigencias. Además, el escenario no resultaba agradable. La gente apelotonada, la histeria por subir al barco, los hombres con fusiles y cara de pocos amigos.

No estabas asustada, eso no. Son once años los que te contemplan, cargados de tensión, violencia y horror. Primero fue la guerra en Siria, que finiquitaba los días mejores. Después vino el exilio en Egipto, que acabó por convertirse en una balsa de aceite con fuego debajo. Un día papá dijo que os marchabais a Alemania. Todos juntos. Mamá, tus hermanos, tú. Allí, además, podrían tratar mejor tu enfermedad.

Pero no merece la pena pensar en el pasado. Mejor centrarnos en el presente.

Llega la hora de embarcar y los hombres armados os azuzan para que ingreséis al barco lo antes posible. Se trata de un cascarón deslavazado y tintado de óxido.

En el ajetreo, Papá pierde el maletín con tu medicación y Mamá conserva el suyo casi hasta el final. Los hombres armados le obligan a abandonarla en el mar. Ella les explica que tiene un enorme valor para ti, más que su alma, pero ellos no hacen caso, lanzan unos cuantos culatazos y todo el mundo abordo.

De alguna manera tú ya presentías algo así. Mejor no pensar. Imagino que del resto no te acuerdas bien, fue tan rápido, tan extraño. Verás, finalmente terminó por suceder lo inevitable. Rumbo a Siracusa, después de unos días de travesía, la enfermedad se cebó contigo y acabó ganando la partida. Al no tener el maletín, poco se podía hacer para controlar los ataques.

Fue Papá quien te depositó en el agua mientras el barco seguía su rumbo. Ningún padre debería de tener que hacer eso en la vida. Ni siquiera debería de poderse imaginar. Miro por la ventana y veo el parque abarrotado de pequeños subidos a columpios y toboganes. Acaba el verano. Sus padres y madres siguen con atención las evoluciones y cargan con la bolsa de la merienda o un plátano a medio comer. La vida sigue, no pasa nada.

Al llegar a puerto, en medio de la vorágine, Papá contó lo sucedido a un Policia, que comprobó tu pasaporte y el relato de otros testigos. La historia era imposible pero cierta.

Después de eso, los periódicos se lanzaron sobre la noticia y pronto tu historia acabó inundando los medios de comunicación. Hasta apareciste en los telediarios. Esto de las noticias es una cosa curiosa, alguien lanza un texto con veinticinco líneas descriptivas y el resto se dedica a reproducirla con mayor o menor éxito en la narración.

De todo esto hace ya algo más de un mes.

Donde yo vivo, cuando alguien se extravía en el mar, se busca sin descanso hasta que aparecen los restos del naufragio. Muchos se quedaron dentro del océano, nunca más volvieron a pisar tierra. Pero siempre hay alguien que los recuerda, que pone flores en un lugar señalado de la costa y de cuando en cuando pronuncia su nombre en voz alta.

He revisado los periódicos con ahínco estos días y al menos en mi país, nadie ha tenido la delicadeza de escribir tu nombre.

¿Y sabes una cosa, mi querida niña?

Lo que no se nombra, no existe.

Raghad



Foto: Rocío Brage