viernes, 27 de junio de 2014

Reina



Antes o después, acabará por hacerse demasiado tarde.

Cápsulas de colores, un sobre para diluir en agua, varios jarabes indicados para el estómago, un supositorio si la cosa aprieta y media docena de pastillas, en diferentes representaciones geométricas, que regulan operaciones vitales.

Cada tres días, en el ambulatorio pidiendo recetas.

Cada quince, análisis de sangre. Si equilibro esto, te baila aquello. La tensión arterial parece el resultado de la lotería; nunca toca el mismo número.

Así que venga, no hay nada que perder. Resta tirar de la cadena y decir adios a la farmacopea. A ti que más te da.

El primer día es parecido al del que deja de consumir café, después de varias tazas por jornada. Poco a poco los sentidos se desperezan y vuelven a captar.

Una buena puesta de sol acaba por coordinar de raíz los niveles de cinco parámetros clave. Un buen chaparrón le hace sentirse a una recién nacida, con el mundo por delante.

Nada cura más que un abrazo, y nada se cobra más vidas que el miedo.

Créeme, para estar viva, te llega con saber leer y las cuatro reglas matemáticas. Sí caminas, hazlo hacia delante. Si dudas, cierra los ojos. Si no aciertas nunca, confía. Y si tienes que perder, al menos que merezca la pena.

Lo básico: cada una tiene que tener un escondite donde poder resistir.


A tu salud Ana María, larga vida a la reina.

viernes, 13 de junio de 2014

Negocios

Tiene el mundo postrado en la palma de sus manos. Si quisiese, podría levantarse de su escritorio en el despacho más elegante de la planta catorce, despedirse de la ciudad al otro lado del ventanal, y pasar el resto de sus días en una isla paradisíaca, con todo lo que un hombre, en su sano juicio, necesitaría para ser feliz.

Pero no. No quiere. Frisa los sesenta y se jacta orgulloso de trabajar doce horas al día, de dormir poco y mal, de manejar, con artes de prestidigitador, un puñado de hilos con los que se mueve una buena parte del mundo conocido.

Su esposa atesora una distinguida vida social. Es socia de más clubes de los que puede recordar, participa de todo tipo de eventos benéficos y de vez en cuando enseña su casa en revistas o suplementos dominicales.

Duermen en camas separadas, a horas distintas. Hablan poco y se dicen nada.

Él anda loco con una chica que hace dos semanas celebró los treinta. Su conquista secreta luce un cuerpo exquisito, de esos que le recuerdan a uno cuanto daño hace la vejez en las mentes desacostumbradas al cambio, al todo fluye y nada permanece. Vacacionan juntos. Le ha comprado un moderno utilitario y un apartamento en el centro de la ciudad. Cumple todos sus caprichos, cuanto más inverosímiles mejor. Ella no le defrauda y muchas tardes, de cuatro a seis, le susurra lo mucho que le quiere.

Su primogénito, el heredero del imperio empresarial, está de vuelta de todo. Por más que disimule, ya solo le interesan las cosas que se pueden contar. Aguarda su momento pacientemente. Es de otra generación que su padre; trabaja menos horas que él y espera trabajar muchas menos en breve. Le tira la política.

Después está el pequeño. Alocado. Fuera de control. Nunca se sabe por donde va a salir. El gran hombre de negocios, su padre, opina que lo mejor sería pagarle unas vacaciones para toda la vida. Mientras tanto, seguirá engordando la cuenta corriente de unos cuantos locales nocturnos y descarrilando deportivos.

Al gran magnate no le quedan amigos. Solo recuerda cuentas pendientes. Tipos que se la tienen jurada y tarde o temprano querrán cobrar la deuda.

La ciudad, al otro lado del ventanal, se dilata bajo su atenta mirada. Un día de estos saldrá de allí volando.

Puede comprarlo todo, absolutamente todo. Lo que se le ocurra. Lo que desee…


Pero, ¿qué?


viernes, 6 de junio de 2014

Mamá

Fue justo en ese instante que tomó la decisión. Y a partir de ese punto y seguido, todas las dudas, las malas noches sin dormir, quedaron definitivamente atrás. Como si fuese el paisaje que desfila ante nuestros ojos, mientras avanzamos a toda prisa por una carretera.

Llevaba unos cuantos minutos dando vueltas con la cucharilla dentro de la infusión de menta, cuando por fin lo vio claro. En un fogonazo.

Se le ocurrió que debía de ser algo parecido a ese momento mágico de iluminación en el que, quién ha dedicado, al menos, veinte mil horas de su vida a la indagación, descubre de repente, que la vida se abre camino con suma facilidad: diáfana y sin mácula.

Como Newton, cuando la manzana aterrizó sobre su cabeza. O como Arquímedes, sumergido en la bañera.

Era la hora del fin de las conjeturas.

Quizás ayudaba la lenta extinción de una tarde queda, donde cada segundo se hacía notar y apenas una brisa leve agitaba la vida de vez en cuando. El olor de la menta fresca la trasladaba a un lugar que no era capaz de recordar todavía.

Al acariciar la barriga, como símbolo de afirmación, sintió por primera vez la comunión con la vida que crecía dentro de sí. Un pequeño fruto en continua vibración, bullendo, transformándose sin pausa.

Sí, definitivamente quedaban atrás las malas horas: el día que se sentó con él en el extremo de la cama y asistió incrédula al espectáculo de la mirada cobarde cayendo sobre el piso y las manos temblorosas escapando de las suyas.

-      No cuentes conmigo.- quería decir aquella actuación, aunque de sus labios no saliesen más que sincopadas interjecciones y sorbiese los mocos como un niño que ha consumado una trastada imperdonable.

Sí, a partir de ese punto y seguido, el ruido ensordecedor quedaba atrás. Se dijo así misma que todo cuanto la había atosigado en los últimos días, no eran más que buenas noticias mal entendidas.

Así que no tardando mucho, volvería a casa, se sentaría con su madre en las banquetas de la cocina y le diría muy despacio que iba a ser abuela. Y acto seguido volvería de a poco a recuperar la vida detenida en un limbo que, si postergaba un poco más, acabaría por pudrirse.

Oh, algo crecía en su interior, al tiempo que un aliento vital recorría sus venas a modo de viático purificador.

Sorbió lentamente el agua caliente coloreada de menta.


La tarde se extinguía sin más afán y el reloj marcaba la hora de volver a empezar.