viernes, 21 de diciembre de 2012

Dinero






Antes me sentía terriblemente triste, porque mi teléfono móvil no sonaba nunca y podía recorrer la ciudad sin interrupción ni saludos al pasar.

Pero eso era antes, porque ahora tengo una tarjeta de crédito y cada vez que hago una compra superior a 10, el sistema bancario me informa al instante del gasto mediante un sms y me sitúa, de paso, en el espacio/tiempo. Así, a cambio de entrar y salir de los comercios para ejercer mi derecho al gasto sin control, puedo a diario trazar un itinerario de mis pasos a lo largo y ancho del mundo.

Mi banco siempre está atento a mis necesidades; por las noches duermo con la tarjeta apretada en mi mano, escondida bajo la almohada.

A veces, de madrugada, agobiado por tanta quietud, he tenido que levantarme a toda prisa y correr por las calles desiertas en busca de un cajero de guardia para retirar un par de billetes y forzar el saludo del sistema.

Nunca antes había sido tan fácil estar vivo para un hombre que solo es un hombre solo.

Para todo lo demás…




Foto: Rocío Brage

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