viernes, 8 de noviembre de 2013

Chatarra

Lo encontré tirado en la basura. Parecía haber rodado mucho antes de llegar allí, sabe Dios que agonías lo acompañaron y cuantos golpes lo fueron llevando de aquí para allá.

Lucía triste, cansado. Derrumbaba los ojos contra el suelo y no te miraba, como si le hubiesen o hubiese hecho mucho daño. Tampoco hablaba.

Entró en casa sin querer y tardó meses en volver a salir por propia voluntad. Curé las heridas más urgentes, le di de comer tres veces al día, acomodé un lugar para su descanso junto al fuego, y así fuimos pasando el primer invierno…

Aquella cuarentena inicial se tornó de a poco en costumbre. Nunca nos atrevimos a hablar de su próxima partida. De vez en cuando nombraba los objetos más básicos, decía por favor con los ojos o gracias. Su aspecto era fuerte y tosco, sobre todo por la cicatriz que le cuarteaba la cara, pero por poco que te aproximases, descubrías en él una esencia sencilla y cariñosa hasta el extremo…

En fin, confieso que me cambió la vida por completo. Que fui amoldando mis días a los suyos hasta que se convirtieron en los nuestros. Pasito a pasito, de aquella tarde sombría en la basura no queda ya casi nada.


Hace más de treinta y tantos que vivimos juntos, él y yo.

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