Hacía tiempo que no veía a J. Me lo
encontré hace unos días, cuando regresaba a casa después de una larga jornada
de trabajo.
Al principio no le reconocí, porque está
más delgado, con una barba descuidada y vestido de forma un tanto estrafalaria.
La piel quemada por el sol, las manos huesudas, el pelo desmadejado. Me detuve a su espalda, escrutando la figura desvaída que decía ser mi amigo.
Avancé unos pasos, dudando entre pararme o no…por delante me esperaba el
supermercado, trabajo para casa, cocinar el menú del día siguiente. Tantas y
tantas cosas…que definitivamente podrían esperar.
Dejé la mano sobre su espalda, se giró y
tardó en reconocerme. Tenía la cara hinchada, o eso me pareció. Creo que le
arranqué de alguna ensoñación y por eso aún esperó unos segundos antes de
tenderme la mano.
Estaba sentado sobre dos bloques de
cemento, frente al esqueleto de un edificio de dos plantas que lleva años paralizado.
Recientemente han colocado una valla para que no se cuelen los curiosos y afianzado la grúa, porque una
noche de tormenta comenzó a girar sobre sí misma.
A escasos metros la gente charlaba en una
terraza, sacudiéndose el bochorno, que anunciaba tormenta, con cervezas y bebidas
de colores aderezadas con piedras de hielo.
Le invité a tomarnos algo y acabé sentado a su lado en los bloques de
cemento.
Vengo cuando puedo, me dijo. El mío es el
2ºA, dos habitaciones, un estudio, cocina y salón corridos. Dos cuartos de
baño, uno de ellos en el cuarto principal.
Miré al edificio y regresé a sus ojos
achicados, humedecidos por el sudor. Me contó que había comprando el piso sobre
el plano y que a los pocos meses de empezar la obra, la empresa quebró. Tienes
que seguir pagando la hipoteca, para no perder derecho sobre la vivienda,
mientras la justicia va dando sus pasitos de tortuga envejecida.
Bueno, tengo que seguir pagándolo. Porque M
lo ha dado por perdido, ya no quiere saber nada. Nos separamos, ¿sabes?
Puse cara de póquer y guarde silencio.
Sí, fue un poco después de que naciese el
pequeño. Vino todo junto, el embarazo, mi despido del banco. Lo más gracioso es
que les debo a ellos el dinero de la hipoteca. No he vuelto a trabajar desde
entonces. Resisto, por ahora, con la indemnización y el subsidio.
Quise preguntar cómo se había ido todo a la
mierda. O tomarlo de un brazo y arrastrarlo hasta mi casa, a escasos cien
metros. Pero lo cierto es que no fui capaz de ejecutar ningún movimiento. Seguí
allí sentado, junto a aquel tipo en ruinas al que no reconocía, imaginándome
desfilando a toda prisa por los pasillos de un supermercado que a esas horas ya
estaría echando el cierre.
En la pura indecisión estábamos cuando J
anunció que tenía que irse. Ni me atreví a preguntarle a dónde, por miedo a una
temible respuesta.
Que mal te han salido las cosas, joder,
cuanto lo siento, le dije.
No pasa nada, me respondió haciendo un
esfuerzo por mantenerse erguido sobre las rodillas. Como si en verdad no pasase
nada.
- Otro día me cuentas como te va a ti y nos
tomamos esa cerveza. Ahora ya sabes donde vivo.
Se sacudió el polvo de la parte trasera del
pantalón y desfiló por la avenida encorvado, cargando peso sobre los hombros.
Por mi parte regresé a casa donde me
esperaba una nevera vacía. Al día siguiente comería un bocadillo y haría
jornada continua en el trabajo.
Es cierto, si mañana hubiese una revolución
en las calles, saldríamos a la ventana para comprobar si el coche que arde es
el nuestro.
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