viernes, 2 de agosto de 2013

Boda



Miles de estrellas sirvieron de testigo.

El primero que se dio cuenta del fatal desenlace, fue el cura encargado de oficiar. Discretamente se hizo a un lado del novio y fue desapareciendo a pasos cortos por un lateral.

No consta que ninguno de los invitados se levantase para expresar sus condolencias por el triste epílogo, al fin y al cabo todos ellos acudían de parte de la novia.

Un chico delgado y con un traje dos tallas más grande, se interesó por la vigencia de los canapés, que aguardaban un centenar de metros más allá. No faltó quien recriminó la falta de tacto al tiempo que pensaba si recuperaría, en los próximos días, el preceptivo pago en metálico efectuado como regalo

También aquí la discreción fue gloriosa. Ni siquiera los pasos sobre el campo hicieron crujir una brizna de hierba que delatase el desfile de asistentes. El sol caía a plomo y con una leve brisa se despejaba el panorama.

Pronto quedaron apenas sillas vacías y un tipo erguido con una flor roja en el ojal. Inmóvil como un espantapájaros que cumple fielmente con lo que se espera de él.

Pasó el tiempo casi sin querer. De repente el novio giró la cabeza a la derecha y el violinista entendió que podía dejar ya de tocar. Sin embrago, no se atrevió a cesar el interludio mientras quedase un pedazo de esperanza.

Mientras tanto, lejos, muy lejos, una novia terriblemente vestida de blanco, seguía corriendo lejos, muy lejos.

Allá va otra bonita historia con fecha de caducidad.

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