viernes, 4 de octubre de 2013

Voces



Uno descubre, en paseos solitarios, que las voces ajenas narran historias sin querer. Somos una tupida cortina a través de la que, a veces, se pueden distinguir rasgos de nuestra verdadera naturaleza.

Las razones del otro siempre son jeroglíficos para el observador imparcial.

Cazar frases sueltas que lo dicen todo sin apostillar ni un solo suspiro de más, no exige de grandes simulacros.

Hombre y mujer de mediana edad caminan a la par en mi dirección. Pisan firme y a buen ritmo. Al llegar a mi altura, y solo ahí, escucho palabras de él hacia ella: “…si R me lo dice, yo la creo, porque no necesito más que su palabra, confío en ella sin descanso…”

Ya a mi espalda, concluye rotundo la sentencia: “Contigo eso no me pasa”.

También hay miradas que dicen más que una larga explicación. Gestos aparentemente invisibles que nos delatan siempre. Prisas desmedidas que terminan por descubrir nuestro juego.

¿Cuántos demonios ocultamos bajo la rutina de nuestros actos? ¿Qué tragedias suspendidas en el último segundo se rumian a diario en nuestras cabezas?

Vivimos en un medio ambiente plagado de impostura donde leemos solo el exterior por no asustarnos con la complejidad del mecanismo tras la superficie. Somos seres quebradizos pendiendo de un hilo.

Un hilo como una voz finísima que llega desde una esquina, se inserta en nuestro oído casi sin querer, cual alfiler, y nos hace dudar durante un par de metros. “…la mato, te juro que la mato…”, dice entre dientes sin darse cuenta de que el enojo de su cabeza se verbaliza en sus labios.

Y seguimos caminando, ambos cabizbajos, hasta encontrarnos de nuevo, quién sabe si en las noticias de los periódicos.

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