viernes, 14 de febrero de 2014

Notario

Tengo que confesar que me he excedido en mis labores profesionales.

Te sigo a todas partes y en cada momento, casi de manera obsesiva. No te dejo ni de día ni de noche. Cuando te dispones a cruzar por un paso de cebra o la carretera en el lugar menos visible, yo vigilo a escasos metros de tu espalda, cuidando la ejecución, sin perder el rastro de tu estela ni por un segundo.

Muchas veces dedico las noches a escrutar, desde la calle, tu ventana con luz. Cualquier farola me sirve de parapeto, cualquier banco me presta soporte. Hasta tiempo después que la vida se apagó tras los cristales, no desaparezco, y aun así, continuo velando tus sueños desde la sombra.

Estoy atento a tus maniobras con el coche cada vez que se te ocurre conducir. Varias veces me he sentado a tu vera en el autobús urbano o justo en la fila de atrás en el cine. En los ascensores, olfateo el dulce olor de tu cabello.

Te veo pasar repetidas veces por la calle, con tus amigas. Sé en que esquina aguardar emboscado. Te observo a escasos metros cuando el chico más alto de la fiesta te acompaña de regreso al hogar.

Espío cada jugada. Vivo detrás de todos los escondites. Me guarezco en el lugar más insospechado. Adopto la forma menos sugerente. Palpito al ritmo de tu ritmo.

Soy el tipo que cuida de ti, día tras día, sin levantar sospechas. Soy el encargado de proteger tus heridas. Soy la chispa que corrige tus despistes más fatídicos…


Soy, tu ángel de la guarda, por los siglos de los siglos.


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