No es fácil ser tú siendo otra a todas
horas.
La vida y sus rutinas lo vuelven todo
predecible y falto de ritmo. Si es martes por la tarde, entonces estás sentada
delante de la TV
viendo la telenovela. Si es viernes por la mañana, digamos sobre las once y
media, entonces degustas un té en el bar del mercado.
Todo está escrito, como en los seriales
televisivos.
Te levantas muy temprano cansada de no
dormir. Tu marido no desayuna en casa, prefiere tomar “algo” con los empleados
antes de abrir el taller. Podría jubilarse ya, pero no lo hace. Demasiado
tiempo libre, dice.
Ella, cuando el día arranca para muchos, ya
sacó brillo a los suelos y refregó el azulejo del baño. Ahí se prepara un
descafeinado y charla un rato con la caja tonta. En el serial matinal hay
tantas historias cociéndose a fuego lento que no puede perder ni un solo día.
Adora a Doña M., una acaudalada mujer sin herederos que ve la vida pasar
evitando riesgos innecesarios.
Antes de poner la pota al fuego, pasa el
paño del polvo en el cuarto de su hijo, que trabaja como ingeniero en una
empresa de alimentación. Viene a comer con esposa e hijos todos los domingos.
Ella cocina para dos a diario pero por lo
general, sobra una ración. Su marido se ausenta con las más variadas excusas.
Ella sospecha la misma contingencia detrás de todos los imprevistos. Qué
importa.
Apenas tiene amigas. Le vendría bien alguien
como Doña M., con la que poder charlar sobre lo difícil que es vivir sin
confiar en los días.
Por la tarde toca más televisión, más
pasión, más historias fuera de control torciéndose en cada capítulo. S., una
madre soltera, saca adelante a su hija sin hacer caso de las insinuaciones del
capataz de la fábrica. Ella sospecha que la pequeña es hija del empresario que
le da trabajo, en una fábrica textil. Dan siempre dos capítulos seguidos y la
tarde se digiere en un visto y no visto.
No es extraño que se vaya a la cama antes
de que su marido regrese a casa. Él entrará en la habitación tropezando con las
esquinas de los muebles y ella fingirá que duerme, con los cascos en los oídos,
escuchando ese programa donde la gente llama a medianoche y cuenta las más
variadas y disparatadas tragedias.
El insomnio le ayuda a trazar cientos de
planes y vidas paralelas. No siempre duerme con el mismo hombre. No siempre
tiene descendencia. No siempre la desvelan los mismos asuntos pendientes. No
siempre puede guardar un secreto. No siempre reconocerá sus ojos por la mañana,
en el espejo del baño.
El cuerpo inconsciente de su marido ya pesa
sobre el colchón. En el horizonte ladra la radio. El espectáculo debe
continuar: mañana le pedirá el divorcio, mañana le propondrá ir a esquiar a los
Alpes, mañana le confesará que, definitivamente, ama a otro.
Foto: Rocío Brage
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