viernes, 4 de abril de 2014

Basura

No todo está perdido.

Terminado el duro invierno, el oleaje reprime sus envestidas. Se conforma con empapar el arenal sin violencia. Ya no descubre piedras, ni amenaza las dunas, ni arranca espectadores de la costa a la menor oportunidad.

Quedan, eso sí, los restos de la batalla. Pruebas visibles de un asalto cruento donde encontramos el más variado catálogo de envases de plástico, aparejos de pesca desnortados, restos de madera, botellas sin mensaje y la más dispar e inclasificable gama de objetos raros.

En el Océano Pacifico una gran mancha de plástico se extiende casi, casi de costa a costa. El epicentro se ubica en el giro del pacífico norte. Una botella de plástico arrojada al mar puede tardar en borrar sus huellas cientos de años. Le lleva su tiempo.

Si seguimos escondiendo la basura debajo de la alfombra, construiremos una montaña rusa en el salón de casa. ¿Cómo es posible que generemos tanta basura sin el menor esfuerzo?

La vida mancha. Pero no, no todo está perdido.

El último domingo, justo cuando había terminado de correr al abrigo de los pinos, mientras recuperaba aliento y aprovechaba los pocos rayos que sorteaban las nubes, descubrí una hilera de adolescentes acarreando bolsas negras desde las dunas a los contenedores al borde de la carretera. Bolsas cargadas de desidia.

Así que pensé que si un puñado de jóvenes era capaz de suplir las obligaciones de un ayuntamiento, ciego y sordo, y lo hacía sin rechistar y por propia voluntad, todavía quedaba un poquito de esperanza.

Si hoy fuese domingo electoral, yo los votaría a ellos. Consuela saber que aun hay gente que hace lo que debe.


Si todos ganan, ganas tú. Así que muchas gracias, compañer@s.



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