Fue justo en ese instante que tomó la decisión.
Y a partir de ese punto y seguido, todas las dudas, las malas noches sin
dormir, quedaron definitivamente atrás. Como si fuese el paisaje que desfila
ante nuestros ojos, mientras avanzamos a toda prisa por una carretera.
Llevaba unos cuantos minutos dando vueltas
con la cucharilla dentro de la infusión de menta, cuando por fin lo vio claro.
En un fogonazo.
Se le ocurrió que debía de ser algo
parecido a ese momento mágico de iluminación en el que, quién ha dedicado, al
menos, veinte mil horas de su vida a la indagación, descubre de repente, que la
vida se abre camino con suma facilidad: diáfana y sin mácula.
Como Newton, cuando la manzana aterrizó
sobre su cabeza. O como Arquímedes, sumergido en la bañera.
Era la hora del fin de las conjeturas.
Quizás ayudaba la lenta extinción de una
tarde queda, donde cada segundo se hacía notar y apenas una brisa leve agitaba
la vida de vez en cuando. El olor de la menta fresca la trasladaba a un lugar
que no era capaz de recordar todavía.
Al acariciar la barriga, como símbolo de
afirmación, sintió por primera vez la comunión con la vida que crecía dentro de
sí. Un pequeño fruto en continua vibración, bullendo, transformándose sin pausa.
Sí, definitivamente quedaban atrás las
malas horas: el día que se sentó con él en el extremo de la cama y asistió
incrédula al espectáculo de la mirada cobarde cayendo sobre el piso y las manos
temblorosas escapando de las suyas.
-
No cuentes conmigo.-
quería decir aquella actuación, aunque de sus labios no saliesen más que
sincopadas interjecciones y sorbiese los mocos como un niño que ha consumado
una trastada imperdonable.
Sí, a partir de ese punto y seguido, el
ruido ensordecedor quedaba atrás. Se dijo así misma que todo cuanto la había atosigado en
los últimos días, no eran más que buenas noticias mal entendidas.
Así que no tardando mucho, volvería a casa,
se sentaría con su madre en las banquetas de la cocina y le diría muy despacio
que iba a ser abuela. Y acto seguido volvería de a poco a recuperar la vida
detenida en un limbo que, si postergaba un poco más, acabaría por pudrirse.
Oh, algo crecía en su interior, al tiempo
que un aliento vital recorría sus venas a modo de viático purificador.
Sorbió lentamente el agua caliente
coloreada de menta.
La tarde se extinguía sin más afán y el
reloj marcaba la hora de volver a empezar.
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