viernes, 6 de junio de 2014

Mamá

Fue justo en ese instante que tomó la decisión. Y a partir de ese punto y seguido, todas las dudas, las malas noches sin dormir, quedaron definitivamente atrás. Como si fuese el paisaje que desfila ante nuestros ojos, mientras avanzamos a toda prisa por una carretera.

Llevaba unos cuantos minutos dando vueltas con la cucharilla dentro de la infusión de menta, cuando por fin lo vio claro. En un fogonazo.

Se le ocurrió que debía de ser algo parecido a ese momento mágico de iluminación en el que, quién ha dedicado, al menos, veinte mil horas de su vida a la indagación, descubre de repente, que la vida se abre camino con suma facilidad: diáfana y sin mácula.

Como Newton, cuando la manzana aterrizó sobre su cabeza. O como Arquímedes, sumergido en la bañera.

Era la hora del fin de las conjeturas.

Quizás ayudaba la lenta extinción de una tarde queda, donde cada segundo se hacía notar y apenas una brisa leve agitaba la vida de vez en cuando. El olor de la menta fresca la trasladaba a un lugar que no era capaz de recordar todavía.

Al acariciar la barriga, como símbolo de afirmación, sintió por primera vez la comunión con la vida que crecía dentro de sí. Un pequeño fruto en continua vibración, bullendo, transformándose sin pausa.

Sí, definitivamente quedaban atrás las malas horas: el día que se sentó con él en el extremo de la cama y asistió incrédula al espectáculo de la mirada cobarde cayendo sobre el piso y las manos temblorosas escapando de las suyas.

-      No cuentes conmigo.- quería decir aquella actuación, aunque de sus labios no saliesen más que sincopadas interjecciones y sorbiese los mocos como un niño que ha consumado una trastada imperdonable.

Sí, a partir de ese punto y seguido, el ruido ensordecedor quedaba atrás. Se dijo así misma que todo cuanto la había atosigado en los últimos días, no eran más que buenas noticias mal entendidas.

Así que no tardando mucho, volvería a casa, se sentaría con su madre en las banquetas de la cocina y le diría muy despacio que iba a ser abuela. Y acto seguido volvería de a poco a recuperar la vida detenida en un limbo que, si postergaba un poco más, acabaría por pudrirse.

Oh, algo crecía en su interior, al tiempo que un aliento vital recorría sus venas a modo de viático purificador.

Sorbió lentamente el agua caliente coloreada de menta.


La tarde se extinguía sin más afán y el reloj marcaba la hora de volver a empezar.


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