viernes, 19 de diciembre de 2014

Asolados



El mundo gira y a cada paso que da, borra por detrás e inaugura por delante. Vamos a tanta velocidad que pasamos de puntillas, casi subrepticiamente, sobre los asuntos del día. Acontecimientos que le acontecen a otro. Fatalidades que se desprenden sobre ajenos. Rayos certeros que fulminan en el acto la vida de anónimos vecinos.

Me arrojo a las calles y el bullicio se hace notar de inmediato. Luces de colores cuelgan del techo oscuro de las calles. Transeúntes por centenas, que se disputan cada centímetro cuadrado, que chocan conmigo sin darse cuenta y unos con otras, que pugnan por el mejor lugar ante el escaparate, por una primera línea en la gran maratón que nos lleva de aquí para allá, como si fuésemos restos del naufragio a merced de las olas.

Me parecen todos ellos, apiñados en turbamulta, solitarios náufragos, asolados en la soledad de su isla.

El mundo se ahoga. Me remito a los diarios.

Un pesquero pequeño, con tres tripulantes a bordo, pone rumbo a casa con la barriga llena y la faena cumplida. Aquí y allá fueron rascando las rocas de la costa, para extraer la semilla del mejillón que plantarán después en cuerdas, hasta verla crecer. Una ola precisa, que se forma en el momento justo, que llevaba aguardando por ellos toda la eternidad, los embiste de lleno por el lateral y los manda al tan melancólico fondo del mar. Se recuperan trozos, retales, detalles de lo que algún día fueron y nunca más serán. El cuerpo del patrón aparece flotando a unas cuantas millas de distancia, rendido a la lucha sin cuartel, aterido, empapado, ahogado.

Sus compañeros, tampoco volverán a casa por Navidad.

Una chalupa, amasijo de desechos, cruza el estrecho como quien se lo juega todo a la ruleta rusa. Hasta que la tierna embarcación desiste de su cometido y cede a su destino, que no es otro que el tan melancólico fondo del mar.

Han contado las autoridades hasta ocho cadáveres de bebés, que tampoco volverán a casa por Navidad, que no tienen nombre, que se han ahogado mucho tiempo antes de que el agua comenzase a inundar el interior de su cuerpecito.

Nos estamos ahogando, pero no nos damos cuenta. Nos volvemos inmunes. Todo pasa. Nada pesa lo suficiente. Se agotaron las palabras.

Tuerzo la calle a contrapié. Camino aturdido tal que si fuera un peregrino sin camino cierto bajo los pies. Agacho la cabeza, me contraigo, aguardo el envite de la ola que tarde o temprano habrá de borrarnos del tablero...

Háganme caso, abandonen lo que quiera que estén haciendo y aprendan a respirar en el fondo del mar cuanto antes: no los olviden, no lo permitan.

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