viernes, 28 de noviembre de 2014

Familia



Hablaba Ángel González, el hombre hecho de poesía, de la enloquecida fuerza del desaliento…Esa misma que nos ha traído hasta aquí, por los siglos de los siglos.

Hoy, Noviembre 2014, echo la vista atrás.

Tomo en brazos el pequeño ser que es mi sobrina. La espío atentamente mientras va descubriendo a cada gesto un trazo del mundo. Reparo en la cuidadosa mirada que dedica al pequeño reino que compone su alrededor; la viveza exterior que va calando de colores el blanco lienzo interior.

Cuando los días pesen en el haber y la vida se abra camino en sus inescrutables bifurcaciones y retruques, quizá también ella tome en brazos un trozo desprendido de su propio ser y se maraville con la viveza y la sorpresa del que todo lo descubre por primera vez. Para esos nuevos protagonistas, yo seré el hermano de su abuela, alguien ajeno, distante, incierto…

Pienso en el hermano de mi abuelo M., que murió fusilado en las postrimerías de la guerra civil, en el mismo prado, ya transformado en instituto, donde muchos años después yo jugué al baloncesto. Pienso en su hermano A., que se marchó desmemoriado y dando paseos por una ciudad que ya no reconocía…

Pienso en sus descendientes respectivos, y tengo que hacer esfuerzos para ubicarlos aquí y allá en el mapa. Apenas sabría decirles a ustedes. Recuerdo, por ejemplo, en el primer curso en la universidad, haber buscado en mi aula un rostro conocido y familiar, porque me habían dicho que la nieta de A., compartía mi vocación por la ciencia de la vida. Tardé unos cuantos días en dar con ella…

Tomo el teléfono móvil, indago en el archivo y compruebo que ya no conservo su número. Tampoco localizo ningún otro de los descendientes de los hermanos de mi abuelo. Atesoro, sí, un lejano y vago recuerdo en blanco y negro, los dos hermanos, M. y A. sentados a ambos lados de su madre, mi bisabuela, a la que no conocí y con la que al parecer de algunas comparto rasgos inequívocos. El trío está rodeado de una extensa familia a punto de expandirse en todas direcciones, como si los impulsase un pequeño big bang. La fuerza de la vida.


Tendemos a la dispersión. Desde que fraguamos en un minúsculo cigoto fruto de un óvulo y un espermatozoide, todo nuestro empeño se centra en la digresión ad infinitum. Corremos alejándonos del origen primario, convulsos, ofuscados, dividiendo y soslayando en cada división un trocito de lo que en su día fuimos y no recordamos haber sido.

Sí, la alocada fuerza del desaliento, mientras la tierra juega a traslación y rotación, mareante travesía para la que no sirven ni viáticos ni alforjas…

Buen viaje mi querida familia, allá nos vemos…

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