viernes, 7 de noviembre de 2014

Virus



La ciudad se estremeció cuando saltó la noticia y pronto, el país entero, se contagió del temblor.

Dicen que la Madre Tierra, llegado el momento, sabrá cómo hacer para poner freno a esta locura expansiva de los humanos a la conquista del último rincón virgen del planeta. Por eso, cuando apareció el virus, no fueron pocas las voces de los profetas que anunciaron el ansiado ajuste de cuentas de la Madre, ser vivo, contra sus hijos, que como virus letales se expanden dejando tras de sí cielos tupidos de polvo negro y suelos arañados por la acidez más funesta.

El caso es que morían por docenas en el televisor. El virus danzaba a sus anchas en países sin alcantarillado, sin atisbo de sanidad y dónde tú mismo eres toda la suerte que puedes esperar.

No pasa nada, pensó el Gran Hermano del Norte, aquí estaremos a salvo. Altas alambradas, guardias armados y el ojo que todo lo ve, guardan nuestros sueños inocentes y dulces. Así que seguimos como si nada, tranquilamente viviendo noches eternas y amaneceres de amor y lujo…

Hasta que floreció el día en que saltó la noticia del primer caso de virus en la cara feliz del mundo.

Un sorpresivo suspiro se extendió por el hemisferio. Cientos de medios se movilizaron. Una legión de sanitarios se volcó con la infectada. Las autoridades impusieron el toque de queda en las calles y la población no salía al exterior sin lucir una mascarilla para filtrar el aire impuro.

En el televisor seguían muriendo por docenas, pero ahora mis vecinos reparaban de soslayo en la tragedia.

Aun así, el fin del mundo tendría que esperar en el Gran Hermano del Norte. La cuarentena y los medicamentos experimentales surtían efecto. El tiempo pasaba despacio, sin que ningún otro caso disparase las alarmas. Pronto, la paciente, abrumada por la expectación, respiraba aire limpio en compañía de sus iguales más cercanos, mientras los espectadores aplaudían satisfechos. La enferma, ya sanada, daba las gracias emocionada, casi grogui, superada por el circo mediático que iba creciendo a su alrededor.

El resto de la historia, es bien conocida. Un ejército de periodistas se agolpó durante días a la puerta de su casa, y cada vez que la paciente asomaba su cansado gesto, las preguntas se disparaban como balazos: ¿A qué huelen las nubes? ¿Qué te hizo mamá hoy para comer? ¿Con que sueñas por las noches?

Mientras tanto, al otro lado de la valla que nos separa del infierno, lejos de los focos, la jauría de desamparados se duplica por minutos. A los que les sube la fiebre se les conmina a ubicarse en la quietud de un rincón, que no toquen sus manos el alambre…pronto serán cadáveres y solo entonces se procederá con el protocolo descrito por la autoridad.

A la hora de esta crónica, el virus cabalga cual jinete del Apocalipsis. Ganan fuerza los pronósticos más aciagos. Así que no lo duden, señoras y señores, pasen y vean el espectáculo más grande jamás contado.

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